La
pobreza en España y en Europa
Un efecto positivo
de la Unión
Europea es que está obligando a los países miembros a
confeccionar determinadas estadísticas que de otra forma nunca hubieran visto la
luz. Así, el INE ha comenzado a publicar cifras acerca de la
pobreza en España. Ciertamente, hasta ahora contábamos con informaciones
similares, pero provenientes de instituciones privadas, concretamente de la
fundación FOESSA, perteneciente a CÁRITAS. Quizás fuera ello
una señal de la tendencia a privatizar ciertos problemas incómodos, como la
pobreza, encomendando su solución a la iniciativa privada. Pero de eso
hablaremos más adelante.
Digamos que la pobreza, tal como se define
en las estadísticas internacionales, es un concepto relativo. Seleccionan un
colectivo relacionando su capacidad económica con la de la media de la
población. Sin duda, son múltiples los criterios que se pueden
seguir y los parámetros utilizables para clasificar a una persona como pobre,
pero todos vienen a tener resultados similares. El informe FOESSA lo hacía en
referencia al 50% de la renta media. En las estadísticas europeas y en las del
INE, consideran pobre a aquel que se encuentra por debajo del 60% de la
mediana, una vez ordenada la población en función de los ingresos equivalentes
netos. No conviene entrar en mayores tecnicismos, pero sí insistir en el
carácter relativo de la pobreza, no sólo porque está unida a la riqueza por una
relación causa-efecto, sino porque el drama y la desvergüenza se hacen tanto
más hirientes cuando se les compara no con la media, sino con los tramos
elevados de la distribución personal de la renta, estadística que nos falta y
que los gobiernos de uno u otro signo no han tenido ningún interés en promocionar.
A partir de las cifras publicadas por
Europa, nos hemos enterado de que España se encuentra a la cabeza de los países
europeos con el 19%, cifra sólo superada por Irlanda, Grecia y Portugal. No es
que seamos más pobres, que eso ya lo sabíamos, sino que también tenemos mayor
número de pobres (relativos, no lo olvidemos); es decir, que repartimos peor la
riqueza, como nos aclara otro indicador de la
Unión Europea que mide la desigualdad en la distribución de la
renta, según el cual de nuevo Irlanda,
Portugal, Grecia y España vuelven a sobresalir y se sitúan en primer línea.
Tiene especial interés considerar los
índices de pobreza antes y después de las trasferencias sociales (excluidas las
pensiones, ya que se supone que en sentido estricto no constituyen un concepto
redistributivo). La diferencia entre un porcentaje y otro mide en cierta forma
la intensidad de la política social del Estado. Cuando analizamos los dos
índices, llegamos a la conclusión de que el porcentaje de pobres en España, al
igual que en Portugal y en Grecia, no difiere sustancialmente de la media de la
Unión Europea , incluso está por
debajo (23% frente a 24%), si el porcentaje que se considera es antes de las
trasferencias sociales; pero la situación cambia radicalmente si el porcentaje
que manejamos es después de transferencias. La media europea entonces se sitúa
en el 15% y España, en el 19%. La conclusión es evidente: la raquítica política
social de nuestro país hace que después de su acción el porcentaje de pobreza
descienda sólo cuatro puntos, cuando por término medio el del resto de los
países de la Unión
lo hace en nueve puntos. Esta conclusión no nos debe extrañar, sabemos que el
porcentaje del PIB que dedicamos en España a gastos sociales es seis puntos
inferior al que dedica la media de la
Unión Europea.
Tales cifras nos colocan de inmediato en un
tema esbozado anteriormente y que ahora debemos plantearnos con un poco más de
detalle, la tendencia a privatizar el problema de la
pobreza. Hoy se remite todo a la sociedad, a las ONGS, al
voluntariado. Pero la sociedad sin más es informe, invertebrada; se vertebra y
se organiza jurídicamente a través del Estado y es éste el sujeto de las
obligaciones y derechos de la
sociedad. A los poderes públicos, tal como afirma nuestra
Constitución, les corresponde aplicar una política social que minimice las
desigualdades y evite la
pobreza. La caridad, la solidaridad, están bien, siempre que
no pretendan sustituir a la
justicia. Las ONGS pueden cumplir una meritoria labor, pero en
ningún caso deben servir de coartada para que el Estado no cumpla con su
obligación de ser verdaderamente social y de derecho.
Cada vez se habla más de la sociedad civil,
pero es difícil saber en qué se
concreta. La experiencia dice que lo que no es Estado es mercado, y que
esa llamada sociedad civil es tan sólo mercantil en un 99%. No necesitamos que
las grandes corporaciones o las grandes fortunas se dediquen a realizar obras
benéficas, tan sólo que paguen correctamente sus impuestos y que no presionen
para que la carga fiscal sea cada vez más reducida. La sociedad sí puede hacer
algo contra la pobreza: tomar conciencia de que sin un sistema fiscal adecuado
la política social es irrealizable. Si en realidad políticos, empresarios y
ciudadanos quieren erradicar la pobreza en nuestro país, deben coincidir en que
medidas como las rebajas fiscales experimentadas en los años precedentes tienen
un efecto perverso para una distribución más equitativa de la renta.