El
revés de la trama
Hace ya muchos años que Maquiavelo divorció
la Política de la Ética, y que nuestro Ortega, analizando la figura de Mirabeau, señaló cómo las normas morales no resultan
adecuadas para guiar hacia su objetivo la conducta del hombre público. No
obstante, los románticos de la política -que alguno todavía queda-, continúan pensando que en un sistema democrático
existe una adecuación entre el buen gobierno y los resultados electorales. Las
urnas premian al político justo, eficaz y honrado. Nada más alejado de la
realidad. Ni la honestidad, ni la eficacia, se reflejan automáticamente en los
resultados electorales. Más bien, a menudo ocurre todo lo contrario.
El gobierno
Bush está consiguiendo los peores resultados económicos e incrementando
fuertemente las desigualdades sociales. Durante su mandato han aparecido
escándalos económicos de tal calibre que han puesto en cuestión todo el sistema
empresarial y financiero internacional, escándalos en los que se han visto
implicados el propio Bush o sus más directos colaboradores. Nadie duda ya de
que muchas de sus decisiones económicas e incluso políticas han venido
determinadas por la necesidad de recompensar a aquellos que habían financiado su
campaña electoral.
Si algo
quedó claro en el 11-S fue la incompetencia de la administración americana a la
hora de prevenir los atentados terroristas y los fallos y errores,
especialmente los de comunicación, de las agencias estatales. Tras el 11-S, el gobierno
Bush ha pisoteado los derechos humanos en el interior y en el exterior, ha
violado garantías y libertades civiles. Con la excusa de perseguir el
terrorismo, ha practicado el más peligroso de todos los terrorismos, el
terrorismo de Estado. Ahora bien, todo ello no ha sido óbice para que el
partido republicano cosechara una sonada victoria en las últimas elecciones. Es
verdad que la abstención superó el 60% y que los votos obtenidos fueron sólo el
19% de los potenciales, pero ése es el sistema. Tal vez la prueba más evidente
del divorcio que señalamos.
Cualquiera
que sea la opinión que se tenga del presidente Aznar y de su política habrá que
reconocer que su promesa, promesa mantenida, de no presentarse a un tercer
mandato como presidente del gobierno posee un gran mérito, es un gesto digno de
elogio y un buen testimonio de salud democrática. No obstante, la
rentabilidad política para el PP está siendo más bien negativa, y la tan traída
y llevada sucesión les está haciendo dejar muchos pelos en la gatera. El
problema no radica en que se esté gestionando bien o mal. Uno tiene la
impresión de que el coste a pagar sería el mismo o similar hiciesen lo que
hiciesen.
Parece
fuera de duda que las comisiones de investigación en el Congreso son muy útiles
para el buen funcionamiento de la democracia. A priori deberíamos conceder una
buena calificación a aquel gobierno que fuera proclive a constituirlas. Pero en
la práctica las cosas cambian y es que con la experiencia que tenemos se
tendría que llegar a la conclusión de que el coste político de negarse a
constituirlas es muy inferior al desgaste que se produce a lo largo de todo el
tiempo de vida de la comisión.
Desde
Reagan y Thatcher, todas las reformas fiscales
emprendidas han ido en la misma dirección, a reducir la progresividad del
sistema. Las bajadas de impuestos en todos los países han connotado un
incremento de la desigualdad. Han beneficiado sustancialmente a un grupo
reducido, los contribuyentes de rentas altas, y han perjudicado a la mayoría de
los ciudadanos, porque las escasas ventajas fiscales obtenidas por éstos se han
tenido que compensar o bien con otras figuras tributarias más regresivas o bien
con menores prestaciones o servicios públicos que deben financiarse vía
precios. Y, sin embargo, cualquier bajada de impuestos es muy bien recibida por
los electores, hasta el extremo de que todos los partidos compiten para ver
quién propone la reducción más importante.
Graham Greene con
su novela “El revés de la trama” plantea una pregunta: ¿cómo es posible que un
sentimiento tan noble como la compasión conduzca al crimen y al suicidio? La
respuesta hay que buscarla quizás en la imperfección del mundo. Las paradojas
que cotidianamente se presentan entre ética y política sólo pueden tener una
explicación: la adulteración de lo que denominamos sistema democrático.