La
huelga general
Nada hay nuevo bajo el sol. La historia se
repite, o al menos presenta con frecuencia enormes parecidos. Cualquiera que
haya vivido las jornadas previas al 14 de diciembre de 1988 encontrará en ellas
grandes similitudes con los momentos actuales. A pesar de su odio recíproco,
Aznar no dice nada que no dijese González, ni González dijo nada que ahora no
diga Aznar. Ambos se identifican con España y los españoles hasta el punto de
considerar que una huelga general en contra de la política realizada por su
gobierno es una huelga contra los intereses de España. “El Estado soy yo”.
Daños irreparables, asevera el secretario general del PP. Toda una
tragicomedia.
Especialmente duros han sido desde el
gobierno con la fecha elegida. ¿Qué van a decir en Europa? Todos los
presidentes de gobierno terminan jugando a ser tenidos por grandes estadistas
europeos. No es la imagen de España la que va a sufrir sino la que Aznar se ha
querido construir para él y para su gobierno.
Los populares no ven motivos para una huelga
general. España va bien. Mejor que nunca. No estaría mal que consultasen las
estadísticas y echasen una mirada al pasado. En 1988 la economía española
crecía al 5,1% y el empleo al 3,4%, ambas tasas muy por encima del incremento
actual. Y ello no fue impedimento para una huelga general. Y es que, al igual
que entonces el PSOE, confunden la evolución macroeconómica con la mejora de
los trabajadores. ¿Qué más da que España vaya bien si los asalariados no van a
recibir nada de ese incremento de renta, y todo él se orienta al excedente
empresarial? ¿Qué más da si la desregulación en el mercado laboral cada vez es
mayor, menores los derechos laborales y más precarios los puestos de trabajo?
¿Qué más da si, progresivamente, se va deteriorando la protección social? Desde
1996 la participación de los gastos sociales en el PIB se ha reducido en más de
tres puntos.
Los populares insisten en que las reformas
de 1992 y 1994 fueron peores. Puede ser que tengan razón. Pero, ¿y qué? Por eso
merecieron también sendas huelgas generales. Y es que, además, un enano encima
de un gigante alcanza mayor altura que el gigante solo. Esta reforma se
sobrepone no sólo a aquellas, sino también a las que en estos años han aprobado
los gobiernos del PP. En suma, que entre González y Aznar están dejando el
mercado laboral como unos zorros.
El gobierno y sus adláteres se contradicen.
Por una parte afirman que la huelga no va a tener apenas seguimiento y, por
otra, están preocupadísimos con la fijación de los servicios mínimos. ¿Si están
seguros que únicamente el 30% de los trabajadores va a secundar la huelga, para
qué necesitan servicios mínimos? ¿No es suficiente el 70% restante? Lo cierto
es que una vez más se pretende dar a este concepto un contenido muy distinto
del que la Constitución consagra como servicios esenciales, y eso a pesar de
que existe ya una doctrina bastante clara del Tribunal Constitucional al
respecto.
El Ministro de trabajo, al filo de la
malversación –puesto que emplea recursos públicos– pretende intoxicar a la
opinión pública con anuncios en la prensa destinados a ponderar las excelencias
de la reforma laboral; ha intentado también coaccionar a las organizaciones
sindicales intimidándolas con la elaboración de una Ley de huelga, aunque se ha
desdicho enseguida. Ha tirado la piedra y escondido la mano. Con todo, la
coacción más preocupante no es la del gobierno sino la que van
a realizar los empresarios. No resulta difícil chantajear a ese 30% de
trabajadores temporales con la amenaza de no renovarles el contrato.