El BCE, las cotizaciones sociales y el IVA

Resulta imposible comentar en el escaso espacio de un artículo el cúmulo de barrabasadas adoptadas por el Gobierno la semana pasada, seguramente a instancias de las autoridades europeas. Me limitaré tan solo a uno de los aspectos, aquel que muestra mejor los sofismas del discurso oficial. Se pretenden justificar todas estas medidas por el objetivo de reducir el déficit; pero tal explicación no puede aplicarse a la disminución de las cotizaciones sociales que va a tener un efecto contrario.

 

Argumentan que la bajada de las cotizaciones sociales abaratará la mano de obra y ayudará a que la economía crezca y se cree empleo. No es el encarecimiento de los costes laborales lo que está impidiendo la reactivación de la economía, sino el deterioro del consumo y la demanda que, sin duda, empeorarán con la inminente subida del IVA. No hay ninguna garantía de que la rebaja de las cotizaciones sociales facilite las exportaciones, si la misma política se aplica en todos los países, pero es que en todo caso su efecto será reducido e incapaz de compensar la contracción de la demanda producida por el incremento del IVA.

 

La sustitución por IVA de las cuotas patronales de la seguridad social constituye  únicamente un trasvase de renta de la mayoría de los ciudadanos, los consumidores, a los empresarios. Su defensa por el FMI y por el BCE muestra bien a las claras a que se reduce la llamada tecnocracia, en pura ideología de derechas. Esta medida constituye una de las más queridas aspiraciones de las organizaciones empresariales y de la parte más reaccionaria de la sociedad española, que tal vez algo habrán tenido que ver en las recomendaciones -más bien imposiciones- de las autoridades europeas y del Fondo. Sería sumamente interesante estudiar las relaciones entre los tecnócratas de los organismos internacionales y las elites económicas y tecnócratas de los países que analizan.

 

Los planteamientos de la tecnocracia europea, al igual que los del FMI, están repletos de ideología y de intereses, por eso las recetas de todos ellos no son meramente técnicas. Así se entiende que Mario Draghi no se limite a decir que hay que disminuir el déficit público, sino que mantenga que los países deben perseguir ese objetivo recortando el gasto público y nunca incrementando los impuestos. En definitiva, por lo que aboga es por disminuir el tamaño del sector público, lo cual es lícito, pero, eso sí, no como una necesidad técnica, sino como una opción ideológica, liberal y de derechas.

 

Hoy se proclama que los Estados deben transferir soberanía a Europa. No habría nada que objetar si se tratase de instituciones democráticas, pero no es el caso. ¿A quién representa Draghi? ¿Ante quién responde? Desde luego no ante los ciudadanos europeos. La pretensión antidemocrática de que el BCE fuese independiente de cualquier poder político ha conducido a que en estos momentos sean los gobiernos democráticos de los países los que están sometidos a su tiranía. La normativa comunitaria prohíbe que los Estados den instrucciones al presidente del BCE. Sin embargo, el problema es más bien el opuesto, que el señor Draghi se permite no solo aconsejar sino ordenar lo que deben hacer los gobiernos europeos, prescindiendo con absoluto desprecio de la opinión de sus sociedades y ciudadanos.

 

A través de la Unión Monetaria, el poder económico está consiguiendo una vieja pretensión: liberar a la economía de la política, al menos de la política democrática y que las decisiones se tomen al margen de los gobiernos, puestos que estos sufren las presiones de los ciudadanos. También Alemania está consiguiendo, en esta ocasión sin armas, un antiguo objetivo, reconstruir el sacro imperio germánico. Merkel pretende implantar a través de la moneda el IV Reich.

 

Uno de los principales signos de soberanía de los Estados es la facultad de emitir moneda. Tan es así que ningún liberal, por muy furibundo que sea -excepto Hayek- ha pedido nunca su privatización y liberalización. Pues bien, los Estados de la Eurozona han cedido esa competencia a una institución profundamente antidemocrática y sin las contrapartidas y garantías necesarias. Desde ese momento y en un contexto de libre circulación de capitales, los gobiernos democráticos han perdido el control de la economía. El ámbito de decisión se ha trasladado a la burocracia de Bruselas y de Frankfurt, y a las fuerzas que actúan detrás de estas instituciones. No son tecnócratas, no. Son ideólogos, políticos, solo que al margen de todo proceso democrático. No les importa incrementar el déficit, siempre que sea para bajar impuestos al capital y a los empresarios.