El IV Reich y
el nuevo gobierno de Vichy
Conviene
no olvidar la historia y los fantasmas domésticos de los pueblos. El Sacro
Imperio Romano Germánico, bautizado en Alemania como I Reich, ha estado siempre
presente en el imaginario colectivo del pueblo alemán, y por ello pudo ser
resucitado en 1870-71 por Bismarck (II Reich), primero mediante la
reunificación de los múltiples pequeños Estados alemanes, y después con el
resurgimiento de una aspiración nunca olvidada, el dominio de Europa, o al
menos de toda su parte norte, por la gran nación alemana.
El
II Reich desembocó en la
I Guerra Mundial. La derrota y las condiciones ominosas
impuestas por los vencedores en el Tratado de Versalles forzaron a Alemania a
enterrar por algún tiempo sus pretensiones imperialistas, pero las mismas
humillaciones recibidas las alimentaban y las mantenían vivas, dispuestas a
emerger en el momento propicio, lo que acaeció finalmente con la subida de
Hitler al poder. El III Reich devino enseguida en una dictadura; sin embargo,
supo aunar y conciliar los deseos y emociones de gran parte del pueblo alemán,
convencido de que su destino era la dominación de Europa. Una vez más, la
derrota le obligó a abjurar de sus errores y propósitos, incluso a reprobarlos
oficialmente. Se produjo entonces un fenómeno históricamente único, una nación
que renegaba de su pasado y se mostraba
dispuesta a condenarlo, de tal manera que parecía que eran otros los que habían
cometido tamañas atrocidades.
Los
vencedores, a su vez, quizá como consecuencia de la Guerra Fría, se
apresuraron a aceptar a la
nueva Alemania entre sus filas, dando por buena la versión de
que esa renovada nación nada tenía que ver con la antigua. No obstante,
con la finalidad de que la historia no volviera a repetirse, dieron a luz un
proyecto disparatado, la
Unión Europea, que como se está viendo en la actualidad se ha
convertido, paradójicamente, en el mejor vehículo para que Alemania retorne a
los planteamientos imperialistas y surja de nuevo el sueño de establecer su
hegemonía en Europa. Merkel está encarnando el IV
Reich. Ciertamente que ahora no se trata de una dominación bélica, pero sí -de
acuerdo con los nuevos parámetros históricos- económica, tanto o más efectiva.
La Unión Europea ha posibilitado la reunificación
alemana, haciendo recaer en buena medida su financiación sobre el resto de los
socios europeos. El Tratado de Maastricht se diseñó con los parámetros
impuestos por Alemania, de acuerdo con sus conveniencias, pero dejó indefensos
a los otros países. Las consecuencias se aprecian claramente en la actualidad. Pasados
los primeros años de euforia, que han sido también los años en los que se
generaban los desequilibrios en que han quedado enredados y atrapados la
mayoría de los Estados, se ha mostrado con toda crudeza en qué ha devenido la Unión Monetaria,
en el IV Reich.
Las
instituciones europeas están anuladas y son simples marionetas a las órdenes de
Alemania. Los gobiernos de las restantes naciones son meros mariachis que se
limitan a dar su aquiescencia a las ocurrencias que les presenta la canciller en cada reunión del Consejo y que previamente
ha decidido en un cónclave celebrado con Sarkozy, y
anunciado públicamente sin ningún pudor. El papel menos airoso tal vez sea el
del propio Sarkozy, manteniendo artificialmente el
tipo, haciendo anuncios y proclamas que se ve obligado a desmentir poco después.
Su postura bobaliconamente colaboracionista recuerda al gobierno de Vichy.
A
la canciller alemana no tiene ningún rubor en manifestar que es ella la que
manda en Europa y se atreve, violando los protocolos diplomáticos más
elementales, a decir a los gobiernos nacionales - bien directamente, bien a
través de sus acólitos, el presidente del BCE (creado a imagen del Bundesbank)
o el presidente de la Comisión o del Consejo-
lo que tienen o no tienen que hacer. Bajo su presión se cambian
gobiernos y se somete a los ciudadanos de los distintos Estados a todo tipo de
ajustes y reformas que nada solucionan pero que destruyen conquistas sociales
de siglos.
La Unión Monetaria está produciendo resultados muy
desiguales, beneficiando fuertemente a Alemania y a algún que otro país pequeño
de su órbita y perjudicando a todos los demás. Por otra parte, en contra de lo
que se da a entender, Alemania no ha aportado proporcionalmente ni un euro más
que los otros Estados para el rescate de Grecia, Portugal o Irlanda. Su renta per cápita, que antes de la creación del euro perdía
posiciones respecto a la media europea, a partir de la constitución de la Unión Monetaria
las gana, mientras que la mayoría de los otros miembros de la Eurozona las
pierden. Este resultado es lógico dados los beneficios que la nación germánica
obtiene del hecho de que el resto de los países no puedan devaluar y de que,
debido a la política impuesta por el BCE, la mayoría de las economías estén
pagando tipos de interés mucho más altos que los de Alemania.
Como
en todo imperio, la metrópoli, en este caso Alemania, está sacando jugosos
beneficios de las colonias (el resto de los Estados) y todo ello sin embargo
vendiendo a la opinión pública la tesis contraria. En un falso victimismo, Alemania se hace pasar por la pagana de la
crisis e impone condiciones.
¿Cómo
se puede construir una unión monetaria sin querer homologar siquiera los tipos
de interés? Lo que resulta increíble es que el resto de los países no se hayan
percatado de la jugada y sean incapaces de plantar cara a este IV Reich. Antes
o después, sin embargo, no tendrán más remedio que hacerlo. Lo malo es que
cuando lo hagan se encontrarán en un estado de enorme postración tras las
correspondientes tandas de ajustes y una recesión permanente.