Dos malas
noticias
En
ese panorama lleno de nubarrones que conforma la economía internacional
aparecen como rayos de luz las cifras relativamente buenas que provienen de
China y de Alemania.
La noticia se ha recibido como algo muy
positivo y así sería si no fuera porque en ambos casos son las exportaciones
las que causan
Ese
aumento de la competitividad de los dos países y de algunos otros se basa en
primer lugar en una estructura falseada de tipos de cambios. El yuan se
encuentra infravalorado frente al dólar, el yen y otra serie de divisas. La
moneda alemana debería apreciarse, por ejemplo, frente al dólar; y la divisa
española, por poner un ejemplo, devaluarse frente al dólar, el yuan y la moneda
alemana. Pero he aquí, y ahí radica la esquizofrenia, que Alemania y España, y
otros países de sobra conocidos, tienen la misma moneda, lo que distorsiona
todos los intercambios y cierra cualquier salida.
En
segundo lugar, son sabidas las condiciones sociales, laborales y fiscales en
las que China basa su competitividad, pero lo que quizá se conoce menos son los
ajustes laborales, sociales y fiscales realizados inicialmente por Schröder y más tarde por Merkel
en Alemania. Tales ajustes, si bien a corto plazo hacen ganar competitividad al
país que los aplica, a medio y a largo plazo tendrán como único efecto el de
empobrecer a la mayoría de los ciudadanos, y obligar a los demás países a que
empobrezcan a los suyos para recuperar la competitividad perdida y neutralizar
así las ventajas del primer país.
Las
estrategias de ganar competitividad empobreciendo al vecino, con carácter
general están condenadas al fracaso. De un lado, porque es de suponer que los
otros países reaccionen de la misma forma y, de otro, porque si el crecimiento
lo basamos exclusivamente en las exportaciones y empobrecemos a quienes compran
nuestros artículos, antes o después dejarán de comprarlos.
Las
noticias que provienen de China y de Alemania, lejos de ser positivas, resultan
alarmantes. Indican que los desequilibrios que han conducido a la crisis
permanecen y que no se ha hecho absolutamente nada para solucionarlos. Parece
impensable que la situación de una China prestando a EE. UU. para
que compre sus artículos pueda prolongarse indefinidamente, y tampoco es muy
creíble que pueda perdurar una Alemania acumulando superávits en su balanza de
pagos a costa de que otra serie de países de la Unión Monetaria, por ejemplo
España, acumulen déficits.
Si
a China no se le paran los pies y se le obliga a apreciar el yuan y a funcionar
con reglas claras de mercado, y si Alemania no comprende -o se le obliga a
ello- que la Unión Monetaria sólo se puede mantener -si es que puede- en
condiciones radicalmente distintas y con una política económica alemana
totalmente diferente, estaremos abocados, en el caso de que salgamos de esta
crisis, a otra seguramente de una intensidad mayor en un plazo muy breve.
La
situación de la economía española es realmente dramática y se está haciendo
patente cómo acarreaba su propia crisis, fruto de una atolondrada entrada en la
Unión Monetaria y de las políticas económicas suicidas aplicadas durante doce
años, que sólo fueron posibles por la pertenencia al euro. La salida es harto
complicada.