Dos malas noticias

En ese panorama lleno de nubarrones que conforma la economía internacional aparecen como rayos de luz las cifras relativamente buenas que provienen de China y de Alemania.

 

 La noticia se ha recibido como algo muy positivo y así sería si no fuera porque en ambos casos son las exportaciones las que causan la bonanza. En las condiciones actuales, hay algo de suma cero en el sistema. El crecimiento de estos países obedece, por tanto, a un incremento de su competitividad, lo que les ha permitido robar parte del pastel a los demás. Las exportaciones chinas han crecido en julio un 38 por ciento y su balanza de pagos superó todos los récords, a lo que colaboró el hecho de que Pekín restringiese las importaciones; la economía china se encuentra en buena medida intervenida. Las exportaciones alemanas, a su vez, han crecido en junio un 30 por ciento.

 

Ese aumento de la competitividad de los dos países y de algunos otros se basa en primer lugar en una estructura falseada de tipos de cambios. El yuan se encuentra infravalorado frente al dólar, el yen y otra serie de divisas. La moneda alemana debería apreciarse, por ejemplo, frente al dólar; y la divisa española, por poner un ejemplo, devaluarse frente al dólar, el yuan y la moneda alemana. Pero he aquí, y ahí radica la esquizofrenia, que Alemania y España, y otros países de sobra conocidos, tienen la misma moneda, lo que distorsiona todos los intercambios y cierra cualquier salida.

 

En segundo lugar, son sabidas las condiciones sociales, laborales y fiscales en las que China basa su competitividad, pero lo que quizá se conoce menos son los ajustes laborales, sociales y fiscales realizados inicialmente por Schröder y más tarde por Merkel en Alemania. Tales ajustes, si bien a corto plazo hacen ganar competitividad al país que los aplica, a medio y a largo plazo tendrán como único efecto el de empobrecer a la mayoría de los ciudadanos, y obligar a los demás países a que empobrezcan a los suyos para recuperar la competitividad perdida y neutralizar así las ventajas del primer país.

 

Las estrategias de ganar competitividad empobreciendo al vecino, con carácter general están condenadas al fracaso. De un lado, porque es de suponer que los otros países reaccionen de la misma forma y, de otro, porque si el crecimiento lo basamos exclusivamente en las exportaciones y empobrecemos a quienes compran nuestros artículos, antes o después dejarán de comprarlos.

 

Las noticias que provienen de China y de Alemania, lejos de ser positivas, resultan alarmantes. Indican que los desequilibrios que han conducido a la crisis permanecen y que no se ha hecho absolutamente nada para solucionarlos. Parece impensable que la situación de una China prestando a EE. UU. para que compre sus artículos pueda prolongarse indefinidamente, y tampoco es muy creíble que pueda perdurar una Alemania acumulando superávits en su balanza de pagos a costa de que otra serie de países de la Unión Monetaria, por ejemplo España, acumulen déficits.

 

Si a China no se le paran los pies y se le obliga a apreciar el yuan y a funcionar con reglas claras de mercado, y si Alemania no comprende -o se le obliga a ello- que la Unión Monetaria sólo se puede mantener -si es que puede- en condiciones radicalmente distintas y con una política económica alemana totalmente diferente, estaremos abocados, en el caso de que salgamos de esta crisis, a otra seguramente de una intensidad mayor en un plazo muy breve.

 

La situación de la economía española es realmente dramática y se está haciendo patente cómo acarreaba su propia crisis, fruto de una atolondrada entrada en la Unión Monetaria y de las políticas económicas suicidas aplicadas durante doce años, que sólo fueron posibles por la pertenencia al euro. La salida es harto complicada.