Por
favor, no hagan nada
Esquilo, al comienzo de su tragedia “Los
siete contra Tebas”, nos presenta al rey Eteocles,
hijo de Edipo, contemplando desde la muralla al ejército enemigo y quejándose
amargamente de la asimetría con que se juzgan los resultados bélicos. Si la
suerte es favorable, la victoria se atribuye a la protección de algún dios;
pero, por el contrario, si el desenlace es adverso, la derrota se achaca a la
inexperiencia e ineptitud del rey.
En materia de política económica, el juego
se desarrolla al revés. La bonanza se la apunta en su haber el gobierno; sin
embargo, las crisis económicas siempre son huérfanas o atribuibles a factores
externos. Zapatero en esto, ciertamente, no es una excepción y, al igual que
Aznar, sacó pecho cuando la economía iba bien, vanagloriándose de ser un mago
económico. Pero, tan pronto como han comenzado las dificultades, mira hacia el
exterior.
La semana pasada, el Gobierno organizó toda
una farsa orientada a hacernos creer que no permanece pasivo ante la crisis.
Zapatero debió de contar con la ayuda inestimable de su colega Almunia,
filtrándole los datos económicos europeos, así como el día en que iban a
hacerse públicos, de manera que pudiera hacer coincidir con esta fecha su
comparecencia, y recurrir una vez más a su cantinela favorita, la de que la
crisis tiene su origen en el exterior y que España está encajando las
dificultades económicas mucho mejor que sus vecinos.
Esta tesis, por desgracia, tiene poco de
verdad. Todos los medios se han apresurado a facilitar los datos económicos europeos
del segundo trimestre del año tal como se los ofrecía el Gobierno, en tasas intertrimestrales. De esta suerte, el crecimiento español,
aunque pobre (0,1), era más satisfactorio que el de otros muchos países: Italia
y Francia (-0,3), Alemania (-0,5) y el conjunto de la Eurozona (-0,2). Las
cifras tienen, sin embargo, otra lectura. No es posible fijarse exclusivamente
en los datos de un trimestre y mucho menos cuando lo que se considera son tasas
intertrimestrales. El primer trimestre fue mucho más
negativo para España que para la mayoría de sus vecinos. Y si consideramos el
segundo trimestre pero en tasa interanual, veremos que nuestro país se sitúa
(1,8%) más o menos en la media, frente al 1,7% de la Europa de los 27, y el
1,5% de la de los 15, con el agravante para España de que la desaceleración
está siendo mucho más fuerte, pasando de tasas del 4% a las del 1,8%, lo que
pronostica para el futuro una evolución también peor.
El balance es también claramente negativo
para nuestro país cuando contemplamos la evolución de los precios. No solamente
es que se mantenga el diferencial de inflación con el resto de los miembros de
la Unión Monetaria, sino que aumenta, acelerándose por tanto la pérdida de
competitividad de nuestra economía.
Por otra parte, es difícil sostener que la
actual crisis se debe solo a factores exteriores. Es cierto que los precios de
las materias primas y del petróleo se han incrementado, así como que la
ausencia de regulación ha introducido el caos en los mercados internacionales de
capitales, extendiendo la desconfianza más absoluta entre todas las
instituciones financieras. Es también verdad que el fanatismo monetarista del
BCE está ocasionando que los efectos negativos de la crisis sean mayores en
Europa que en otras áreas económicas, incluyendo allí donde se encuentra su
origen, Estados Unidos. Pero, dicho esto, es imposible olvidar el enorme
endeudamiento privado que se ha ido acumulando a lo largo de todo este tiempo
en nuestro país, el diferencial de inflación que mantenemos año tras año con el
resto de los de los países de la Eurozona, y el descomunal déficit exterior.
Tales desequilibrios no podían por menos que conducir, antes o después, a una
crisis económica, en cuanto cualquier factor externo actuase como catalizador.
Zapatero, en el Consejo de Ministros pasado,
no solo ha pretendido echar culpas fuera, sino dar la impresión de que el
Gobierno se mueve y hace algo ante la crisis. La verdad es que las medidas
anunciadas son un pastiche de actuaciones que poco o nada tienen que ver con
ella o que incluso son contradictorias y contraproducentes. La gran mayoría
proviene de antiguas promesas electorales, cuando se negaba la crisis, o de medidas
rutinarias de gobierno.
Casi todas ellas van destinadas al mundo
empresarial, y ahora, después de haber privatizado todos los bancos estatales,
parece que descubrimos el crédito oficial. Resulta curioso escuchar de nuevo lo
de la ventanilla única. Creo que fue en el año 84, hace casi 25 años, en el
Decreto Boyer, cuando se anunció por primera vez, y
cada cierto tiempo surge como los ojos del Guadiana, sin que en ningún momento
termine cuajando. Y es que lo de agilizar los trámites está muy bien en teoría,
pero hay que ver si después en la práctica es posible, tanto más con una
Administración dividida y deteriorada, a la que una visión raquítica y
dogmática de reducción del gasto público corriente va debilitando poco a poco.
Por una parte, se afirma que se va practicar
una austeridad presupuestaria, pero al mismo tiempo se elimina el Impuesto de
Patrimonio, con lo que se beneficia a un segmento de población que no es
precisamente el que va a tener mayores dificultades en esta crisis. Lo mejor
que se puede decir del Gobierno es que las medidas tomadas son pocas y poco
importantes, quitando la supresión del Impuesto de Patrimonio, que, por otro
lado, estaba ya anunciada. “Por favor, no hagan nada”, sería la demanda que la
mayoría de los ciudadanos deberían presentar a sus gobernantes ante la crisis,
porque las soluciones y recetas que se escuchan desde fuera del Gobierno son
mucho peores que la enfermedad. Todas van destinadas
no a solucionar los problemas económicos sino, aprovechando estos, a variar la
distribución de la renta a favor del capital y de las empresas, como si no
hubieran tenido ya bastante a lo largo de estos años de bonanza.
Todo va dirigido en la misma dirección:
reducción de cotizaciones sociales, bajada de impuestos, reforma del mercado
laboral... Es curioso que, siendo claramente el mercado de capitales el que no
ha funcionado y en el que se encuentra el origen de la crisis, la reforma que
se pida sea la del mercado de trabajo. Hay quien se atreve a reclamar unos
nuevos pactos de la Moncloa. Entonces los trabajadores tuvieron que pagar un
alto precio económico como contrapartida, dijeron, de estabilizar el sistema
democrático. ¿Qué hay que pagar ahora? Lo dicho, por favor, no tomen ninguna medida. Estense quietos. Las cosas irán mejor.