El Rey, los elefantes y la transparencia

Mire usted por dónde, el día 14 de abril, aniversario de la Segunda República española, nos enteramos de que el rey ha dado un resbalón. En realidad, el resbalón lo dio días atrás, la noche del 12, pero lo ocurrido, a pesar de la anunciada ley de transparencia del Gobierno, se ha mantenido en secreto hasta que su majestad ha estado en Madrid y una vez operado. De hecho, solo por el resbalón hemos conocido que estaba en Botswana cazando elefantes. Don Juan Carlos tiene un problema con los elefantes. Hace algo más de treinta años, un 23 de febrero, parece que también tuvo un resbalón con el elefante blanco aún sin identificar, y sin saber si subía o bajaba, si lo alentaba o lo detenía. Ahora tampoco nos enteramos de las veces que está cazando elefantes, u osos blancos o grises que para el caso es lo mismo.

 

Los Borbones se han dedicado siempre a la caza, y Franco pretendió imitarlos. Dicen que en las cacerías se han hecho enormes negocios y se han tomado importantes decisiones, normalmente de espaldas a la sociedad y al pueblo. La cinegética se ha situado con frecuencia detrás del velo de Maya, en lo oculto. Felipe Juan Froilán de todos los Santos desde pequeñito ha querido  imitar al abuelo, en lo de cazar y en lo del secretismo. Dicen que estaba aterrorizado, que no quería venir a Madrid para que el rey no se enterase porque se iba a enfadar mucho. Froilancito es aún pequeño y no tiene el desparpajo de su tío Undargarín, de lo contrario le copiaría y diría al abuelito: “Aquí cada uno hacemos lo que podemos”.

 

En la proyectada ley de transparencia del Gobierno, incomprensiblemente, está ausente la Monarquía. Hay que suponer, sin embargo, que a la sociedad española debe interesarle bastante saber cuántas veces se va el rey a cazar elefantes a Bostwana, sobre todo cuando el coste de las cacerías supera los 45.000 euros y el país se encuentra en la peor crisis económica de los últimos cuarenta años. Interesa saber, también, de dónde salen los aviones públicos o privados, porque digo yo que si aceptar la dádiva de unos trajes es cohecho impropio, con más motivo lo será consentir en que a uno le regalen cacerías multimillonarias, aviones o yates.

 

No faltarán medios de comunicación que afirmen que los españoles somos unos inconformistas, ya que no hace mucho que se publicaron en todos los diarios y con gran  algazara las cuentas de la Casa Real. Eso sí, las cuentas parecen más bien de los Austrias que de los Borbones; lo digo por lo del Gran Capitán, ya que no recogen la mayoría de los gastos en los que la Casa Real incurre y que se imputan a los diversos departamentos ministeriales. Además, las partidas son tan sumamente generales que todo resulta posible. Desde luego, no aparece el concepto “cacerías en África”. Bien es verdad que la partida de gastos varios -“gastos corrientes de bienes y servicios” (el 38,83% del total)- es un buen cajón de sastre en el que todo cabe. Los bien intencionados alegan que el rey también tiene derecho a su intimidad. Si, casi todos los españoles tenemos derecho a la intimidad de participar en cacerías de 45.000 euros.

 

La España oficial esta encantada. “Lo siento mucho. Me he equivocado, y no volverá a ocurrir”. Estas once palabras del Rey les llenan de satisfacción. Ya pueden retornar a la adulación y a la lisonja empalagosa. Ya ha quedado exonerado de toda culpa. ¿Qué es lo que siente? Haberse roto la cadera. ¿Qué es lo que no volverá a suceder? Que nos enteremos de sus viajes. Me pregunto qué hubiera pasado si hubiera sido un presidente de república el que hubiera estado inmerso en este affaire y en otros que no se han hecho públicos. ¿No hubiera tenido que dimitir? Es el problema de una Constitución que ha decidido que tengamos un Jefe de Estado irresponsable.