¿Beneficia
la ampliación de la U.E. a España? No
Hace
imposible la unión política
Las generalizaciones
son siempre peligrosas, y lo de España es una generalización. No cabe duda de
que a algunos españoles les irá bien, al poder disponer de un mercado más
extenso; pero para otros, la gran mayoría, la ampliación conlleva problemas y
graves riesgos. La ampliación a veinticinco países es la confirmación más clara
de que la Unión Europea no pasará nunca de ser un espacio comercial, financiero
y monetario; hace imposible la unión política y la cohesión laboral y social,
tanto más cuanto que no existe ninguna predisposición a avanzar por este
camino. Es la consagración del modelo liberal, pues constituye un poder
económico europeo, un mercado europeo, si bien con poderes políticos nacionales
incapaces de actuar de contrapeso. Esta es sin duda la pretensión de muchos y
por ello, en una huida hacia delante, Europa ha ido de ampliación en ampliación
sin profundizar apenas en la integración.
Si en los momentos actuales las divergencias
en Europa ya son sustanciales –nada tienen que ver los salarios y las
prestaciones sociales de Grecia, España y Portugal con las de Alemania, Suecia
y Francia, por ejemplo–, con la ampliación se incrementarán de manera tan
exagerada que harán inviable cualquier política común, como no sea la de la
anarquía del mercado. Las diferencias salariales,
laborales y fiscales servirán de coartada a las empresas para exigir en todos
los países mejores condiciones. Es un proceso que ya conocemos, pero que se
intensificará enormemente al haberse acentuado la divergencia entre los
Estados. El mercado presionará hacia la homogeneización, pero ésta, en ausencia
de toda política armonizadora, no podrá hacerse más que nivelando a la baja.
El problema, sin embargo, no será igual para
todos los países. Es posible que aquellos que basan su competitividad en la
alta tecnología y en una mano de obra muy cualificada puedan resistir el envite
e incluso beneficiarse de un mercado más amplio, pero para otros como España,
que han fundamentado su competitividad en bajos salarios y reducidas
prestaciones sociales, la incorporación de los países del Este puede
arrebatarles la única ventaja de la que disponían.
Suele
afirmarse que la ampliación nos va a privar de los fondos estructurales y de
cohesión, lo cual es cierto. Pero el problema no radica tanto ahí como en el
hecho de que la Unión Europea se ha construido sin verdaderos mecanismos de
cohesión. Todo Estado que se precie, por muy liberal que se profese, practica
una política redistributiva que si bien es de tipo personal se traduce de
inmediato en geográfica, transfiriendo cuantiosos recursos de las regiones más
ricas a las más pobres. La ausencia de una fiscalidad propia priva a la Unión
de tales instrumentos, de los cuales los fondos son meros remedos, con el
inconveniente añadido de poner de manifiesto cuáles son los países receptores y
cuáles los donantes, incrementando el rechazo de éstos. Los países ricos
ambicionan los mercados, pero no están dispuestos a pagar por ellos. No se
acepta el principio de que el mercado distribuye injustamente la renta,
injusticia que es preciso compensar al menos en parte. La cuestión no es por
tanto que los nuevos países no deban recibir considerables recursos, sino que
los escasos que reciban haya que obtenerlos a costa de que los países pobres de
la actual Unión tengan que renunciar a ellos.