El
abaratamiento del despido
El presidente de la
patronal, tras su paréntesis intervencionista, ha vuelto a hacer declaraciones.
Ahora, en la línea más liberal, reclamando el abaratamiento del despido. Afirma
que, en situaciones excepcionales, se precisan soluciones también excepcionales,
y por eso reclama proteccionismo para los mercados financieros y desregulación
para el laboral. Es decir, que, en épocas de crisis, el Estado debe cuidar del
capital y protegerlo, mientras conviene dejar a su suerte a los trabajadores.
El abaratamiento del
despido es un tema recurrente e inacabado, puesto que, por lo visto, nunca
tiene fin. Reforma tras reforma, se han ido tomando medidas que han
flexibilizado y abaratado el despido, pero jamás se considera bastante. Díaz
Ferrán añadió que se trata de situarlo en el nivel de los países de nuestro
entorno. Es ya un tópico alegar que en España el despido resulta caro comparado
con el de otras economías. Nada más lejos de la realidad. No hay ningún país en
el que, como en España, se pueda despedir a la tercera parte de los empleados
sin coste alguno, circunstancia que se suele olvidar con demasiada frecuencia.
La enorme precariedad del mercado laboral español, en el que solo dos terceras
partes de los trabajadores tienen contrato indefinido, concede a los empresarios
una capacidad de ajuste en la plantilla que para sí quisieran muchos patrones
europeos.
Cuando hablan de 45
días por año de servicio, en realidad se están refiriendo a los contratos
indefinidos y al despido improcedente, es decir, a aquel que se realiza sin
ninguna causa y únicamente por el capricho del empresario. Si existen razones
objetivas, plasmadas en el correspondiente expediente de crisis, la
indemnización es sustancialmente inferior.
Resulta bastante
difícil entender la afirmación de que el abaratamiento del despido reducirá el
paro. Equivale a argumentar que la forma de disminuir el consumo de alcohol es
bajando su precio. Con el abaratamiento del despido lo único que se consigue es
incentivar el propio despido, al hacerlo más asequible al empresario. Es muy
dudoso que en la decisión de contratar a un trabajador tenga una influencia
decisiva la indemnización que se le va a tener que pagar en el caso de
despedirle dentro de muchos años, que es tan solo cuando su cuantía se hace
realmente significativa. Es más probable que sea en la decisión de despedir
cuando esta se tenga en consideración.
En la última reforma
laboral se abarató el despido con el argumento de que así se reduciría el
número de contratos temporales. Nada de eso ha sucedido. Los empleos temporales
siguen representando, con pequeños altibajos, la tercera parte del número de
trabajadores.
Tiene razón Toni
Ferrer, de UGT, cuando afirma que esta crisis no tiene un origen laboral y que,
por lo tanto, es improcedente buscar su solución en el mercado de trabajo.
Sería irónico que después de una época de auge económico, de la que los
trabajadores no se han beneficiado en absoluto, en estos momentos fuesen los
grandes paganos de la crisis. Mientras los resultados empresariales se disparaban
y las acciones no paraban de subir, los salarios apenas mantenían el poder
adquisitivo. Por eso suena a escandaloso proponer ahora que el Estado salga en
ayuda de las empresas y que el despido se haga poco menos que gratuito.