El santo temor al déficit

En España tenemos fama de ser más papistas que el Papa en casi todas las materias. Así ha ocurrido con los axiomas del neoliberalismo económico. En otros países no han tenido empacho en saltarse los dogmas neoliberales cuando se han encontrado en apuros, incumpliendo las normas que ellos mismos habían establecido y superando el 3% del déficit en los momentos de crisis económica. Aquí no. Seguimos apegados a la ortodoxia, que de ortodoxia solo tiene el nombre.

Es paradójico que siendo uno de los países de la OCDE más amenazado por la crisis económica, pero también uno de los que menos endeudamiento público tiene, no aprovechemos en la medida de lo posible los presupuestos para reactivar la economía. Tanto hemos exagerado los males del déficit, que somos incapaces de distinguir situaciones y circunstancias. Existe un miedo escénico, una cierta vergüenza a reconocer que en estos momentos en que tanto las empresas como las familias están restringiendo la demanda y en los que, dada la crisis internacional, tampoco se puede esperar nada de las exportaciones y del sector exterior -- solo el sector público puede ayudar, aunque sea parcialmente, a sostener la economía. La teoría de que en épocas de crisis hay que abandonar la economía a sus propias fuerzas, de manera que se purgue, se libre de sus toxinas, toque fondo y así se recupere, se ha demostrado totalmente falsa en todas las ocasiones.

El primer calificativo que el Gobierno ha dado a estos presupuestos es el de austeros. Lo último que se necesita este año son unos presupuestos austeros y carece de toda lógica el que se coloque como objetivo un déficit público del 1,5% del PIB y no seamos capaces ni siquiera de tender al 3% que nos permiten las normas europeas. La única explicación posible es que los presupuestos estén maquillados y una cosa sea lo que se dibuja en los papeles y otra muy distinta las previsiones reales estimadas por el Gobierno. Si es así, mala táctica porque no se obtiene nada con engañar al personal, y mucho menos en una coyuntura en la que todas las Comunidades Autónomas se hallan, cual leones rampantes, esperando sacar tajada de la financiación.