La
levedad de los presupuestos
Todos los años se repite la misma liturgia a la hora
de presentar los presupuestos. Todos los años nos toca escuchar las mismas
frases hechas. Los titulares de los periódicos las definen como las cuentas del
Reino, y las consideran la expresión más clara de la política económica.
Discrepo de ambas aseveraciones y de la importancia que se atribuye a su
aprobación.
En primer
lugar, en esta época de neoliberalismo económico el sector público representa
una parte cada vez más reducida de la economía nacional. Pero es que, además,
no son la totalidad de las finanzas del sector público las que se aprueban en
los Presupuestos Generales del Estado. La descentralización acaecida con el
proceso autonómico hace que gran parte de los gastos y los ingresos se
encuentren hoy fuera del ámbito del Estado. A esta fuerza centrífuga hacia la
periferia se ha venido a sumar otra no de carácter regional sino institucional.
Áreas completas de las finanzas públicas se han segregado por diferentes
motivos del presupuesto general para formar entidades de gestión autónoma. Bien
sea para ocultar el déficit público, bien sea para evitar o hacer más livianos
los mecanismos de control y los procedimientos a los que está sometida la
gestión pública, ha proliferado en los últimos años la creación de toda clase
de fundaciones, entes y empresas públicas que sólo figuran en los presupuestos
de manera global y estimativa.
Por otra
parte, la actividad económica es una realidad continua en la que toda división
por ejercicios resulta meramente convencional y en la que los resultados
actuales vienen determinados por decisiones tomadas tiempo atrás. En realidad,
las cifras que aparecen en los presupuestos son únicamente el resultado de una
panoplia de medidas adoptadas en otros momentos, algunos muy anteriores. La
casi totalidad del presupuesto está comprometido de antemano y el margen que
permite a la hora de su aprobación es muy reducido.
Lo que sí presentan los presupuestos es una amplia
capacidad para el maquillaje. Las cifras pueden agruparse y desagruparse de
manera que digan lo que se quiere que digan. Los ingresos son previsiones y,
como tales, difícilmente discutibles a priori; y los gastos, teniendo en cuenta
la enorme flexibilidad que hoy tiene la técnica presupuestaria, pueden
modificarse a lo largo de todo el año sin mayor problema. La única forma
razonable de juzgar un presupuesto sería a posteriori, una vez liquidado, y aún entonces con dificultades teniendo en
cuenta cómo ha proliferado la contabilidad creativa. De cualquier forma, el
problema es que cuando se presenta la liquidación, más de un año después, ya a
casi nadie le importa. Como mucho, se comprueba el cuadro macroeconómico que
sirvió de soporte para hacer las previsiones, e incluso eso de pasada.
El
presupuesto de este año 2003, por ejemplo, preveía un crecimiento del PIB del
3% y con un deflactor de esta magnitud (índice de precios) del 2,8%. La
realidad va ser muy distinta, el crecimiento real rondará el 2,2% y sin embargo
el factor precios va a tener un incremento mayor, por encima del 4%. Pero estas
cifras ya están descontadas y, por lo tanto, cuando sean oficiales apenas se
les prestará atención. Mucho menos cuando nos digan, allá por el otoño del
2004, cuánto subieron realmente en el 2003 los gastos sociales o qué porcentaje
de gasto se dedicó a investigación.
El gobierno de turno puede, con
total impunidad y sin que nadie se lo recuerde más tarde, salir a la palestra
cada año proclamando lo mucho que dedica a gastos sociales o a los de
investigación y desarrollo. En estos presupuestos ya ha indicado que los
primeros subirán el 6,8% y los segundos el 7,3%. Estos anuncios anuales tan
triunfalistas chocan con las cifras cuando se contemplan a posteriori y con
cierta perspectiva temporal. Los gastos sociales en nuestro país han pasado de
representar el 24% del PIB en 1993 al 19,2% en el 2001, incrementándose así la
diferencia que nos separa de la media europea (de 4,8 a 7,2 puntos), y los
gastos de inversión y desarrollo representan
únicamente el 0,97 del PIB, aproximadamente la media europea.