¿Quién
manda en Europa?
El primer ministro de Dinamarca inició el Consejo de
Europa recordando que “La Unión Europea es una unión a quince”. Tal afirmación
casi suena a bufonada después del acuerdo franco–alemán adoptado el día anterior.
La Unión Europea es Francia y Alemania y poco más.
El pacto de estabilidad se introdujo porque Alemania
y Francia lo consideraron oportuno, y se relaja y va desaparecer con toda
probabilidad, en la práctica, porque ahora incomoda a estos dos países y
comienzan a dudar de su racionalidad. Racionalidad económica tiene, desde
luego, poca. Tal vez política, porque si según Pascal el corazón tiene razones
que la razón ignora, la política también tiene razones que son incomprensibles
para la economía, aunque la mayoría de las veces se pretenda revestirlas de
razones económicas. El origen del pacto de estabilidad hay que buscarlo en la
desconfianza de las grandes potencias europeas, principalmente Alemania, hacia
los países que consideraba de segunda división y en el odio del neoliberalismo
económico hacia todo lo público. Razones políticas.
Ahora Alemania y Francia se ponen de acuerdo de cara
a la ampliación y poco más le cabe al resto de los países sino ratificarlo.
Chirac lo afirmó sin ningún pudor : “La construcción
de la UE se ha basado siempre en el esfuerzo coordinado de Francia y Alemania.
Así fue con seis estados y lo será más tras la ampliación”. Esfuerzo coordinado
es una forma elegante de indicar decisión, mando, imperativo, conveniencia e intereses.
Son los intereses de estos dos países los que determinan la configuración de la
Unión Europea, una vez que Gran Bretaña mantiene un juego mucho más ambiguo,
medio dentro, medio fuera.
La ampliación a veinticinco países se pretende
realizar sin poner un chavo más encima de la mesa, es decir, con el mismo
presupuesto. Entre los muchos vacíos que la Unión Europea presenta y que la
convierte en un proyecto contradictorio, sin duda el más grave es la ausencia
de un verdadero presupuesto en su doble vertiente de ingresos y de gastos. La
carencia de una Hacienda Publica Europea imposibilita los avances de Unión
Política, y en todo caso si se fuese configurando un estado sería sobre
parámetros liberales, alejado del Estado Social al no poderse instrumentar una
política redistributiva.
El primer problema del presupuesto de la Unión
radica en su escasa cuantía, inferior al 1,3% del PIB comunitario. Ningún
Estado que se preste, por liberal que sea, puede estructurarse con unas
finanzas públicas tan reducidas, pero con todo tal vez sea el modo por el que
se recaudan los recursos el problema más importante por ser de alguna forma
causa del anterior. Los contribuyentes no son los ciudadanos sino los Estados.
Lo que hace que éstos sean contribuyente o receptores netos y aparezcan de
manera explícita las transferencias de fondos de unos a otros.
Esta forma
de organizar las finanzas de la Unión genera la resistencia de los países cuyo
saldo es negativo. Alemania, que se define como primer contribuyente -lo que no es cierto en términos relativos, al igual que España tampoco
es el primer receptor- no está
dispuesta a aportar más recursos a las arcas comunitarias, sin considerar que
las transferencias que se generarían de los países ricos a los pobres serían
mucho mayores si existiese una verdadera Hacienda Pública de la Unión, con
impuestos propios que permitiese una política redistributiva como la que surge
de forma automática en cualquier Estado entre sus regiones. Se quiere la ampliación al Este, se ambiciona
la expansión del mercado, pero se rechazan los mecanismos correctores para
compensar los desequilibrios y desigualdades que ese nuevo mercado va a
introducir.