Me
gustaría ser Francés
Nadie puede negar la madurez política que
caracteriza siempre a la sociedad francesa. Los aires de Fronda provienen una
vez más de Francia. De nuevo, este país se ha constituido en barricada frente
al conservadurismo y a la
explotación. En el no francés
está representada una buena parte de la sociedad europea dispuesta a decir
basta a un proyecto neoliberal construido al margen de los ciudadanos y que
contradice precisamente los valores de la
vieja Europa.
La campaña realizada
por los poderes institucionales en el referéndum francés ha estado repleta, al
igual que lo estuvo en el español, de todo tipo de medidas abusivas y, lo que
es aún más grave, de falacias y de mentiras. Se ha utilizado, desde luego, el
catastrofismo más absoluto. Es argumento muy querido y utilizado profusamente
desde siempre por los conservadores y, sobre todo, por aquellos que portando
siglas de izquierdas practican la política de la
derecha. Para justificar lo que desde el punto de vista
político resulta injustificable, se acude al no hay alternativa; se repite una y otra vez que no hay marcha
atrás posible: esto o el caos.
El discurso, sin
embargo, ha mudado de forma radical tan pronto como se han conocido los
resultados y se ha confirmado el triunfo del no. Milagrosamente los poderes de todo tipo se han apresurado a
cambiar su perorata catastrofista por el aquí
no ha pasado nada, sin duda en un intento de seguir adelante como sea con
su proyecto. Se afirma que nueve países europeos han ratificado ya la
Constitución , pero lo cierto es que
de esos países tan sólo España lo ha hecho por referéndum. ¿Cuál habría sido el
resultado si en Italia, Alemania o Austria se hubiese consultado a los
ciudadanos? ¿Qué habría ocurrido si el
referéndum español se hubiese celebrado después del francés y del holandés? Se
dice torticeramente que más del 70% de los españoles ha dicho que sí, pero lo cierto es que sólo uno de
cada tres ciudadanos del censo electoral votó afirmativamente. Una enorme
abstención, como la que se produjo en nuestro país, deslegitima la consulta,
especialmente en un tema de tamaña
trascendencia.
Giscard d´Estaing
ha sido pionero, y sin cortarse ni un pelo, en cuanto se percató de que el no
parecía imparable, se apresuro a proponer un nuevo referéndum.
Es distintivo de la casa en el ámbito europeo. Pocas evidencias tan
reales como el hecho de que la construcción europea se está realizando al
margen de los ciudadanos. Se ha procurado contar con ellos lo menos posible, y
cuando la consulta resulta inevitable, se intenta que ésta sea entre el sí
y el sí. Al principio, se bombardea con todos los medios institucionales
nacionales e internacionales; se amenaza con enormes catástrofes, con que las
plagas de todo signo caerán sobre el país, e incluso sobre toda Europa, en el
caso de que el no consiga la
victoria. Pero si todas estas presiones y coacciones no dan
resultado y los ciudadanos no se dejan convencer, inclinándose finalmente por
el no como en esta ocasión han hecho los franceses, entonces no queda otro
remedio que convocar referéndum tantas veces como sea necesario para torcer la
voluntad popular.
Giscard d’Estaing
se puso la venda antes de tener la herida, pero en realidad sólo evidenció lo
que ha ocurrido en el resto de ocasiones en que los ciudadanos han votado en
contra de los tratados. Se ha optado por repetir los referéndums hasta lograr
el sí. Así ocurrió en Dinamarca con
ocasión del Tratado de Maastricht y en Irlanda con el de Niza. También a los
noruegos se les hizo votar dos veces a ver si de este modo se decidían a
incorporarse a la
Unión Europea. Aunque en este caso, el no ha seguido predominando. La postura es de tal
impudor que cuesta creer que se pueda plantear con tal descaro. ¿Qué diríamos
de alguien que siempre que pierde en un juego o en una competición afirma que
no vale y que hay que repetir la prueba hasta que consiga ganar? Puestos a
repetir un referéndum sería más bien el español y no el francés el que tendría
que celebrarse otra vez, ya que en este último la participación ha sido
superior al 70%, mientras que en nuestro país tan solo votó el 42% del censo
electoral.
Los seudoprogresistas, uno de cuyos
prototipos puede ser Cohn-Bendit, arremeten contra el no de izquierdas
argumentando que el rechazo de la
Constitución no conduciría a más Europa sino a menos Europa.
Pero el problema no radica en el más o en el menos, sino en qué tipo de Europa
se quiere. Los franceses han dicho no
a esta Europa, a una Europa neoliberal que hace imposible el Estado social. Los
mandatarios internacionales deberían haberse dado cuenta de la repulsa, o al
menos de la indiferencia, que esta Europa provoca en la mayoría de los
ciudadanos europeos. ¿Acaso la enorme abstención en las pasadas elecciones al
Parlamento de la Unión
no era ya una señal clara de ello? Debe de haber muchos intereses en juego
cuando nada les hace modificar la trayectoria del proceso. También ahora seguro
que pretenderán pasar por encima del referéndum francés. Y es que el análisis
sobre la bondad o no de este proyecto se efectúa siempre en clave nacional, se
pretende contestar a si la
Unión Europea es buena para tal o cual nación, pero esa
pregunta debería hacerse con respecto a las clases sociales. Ciertamente
resulta muy lucrativa para las fuerzas económicas, pero desastrosa para las
clases populares, ya sean éstas polacas o alemanas.