La izquierda y las elecciones

Se engañaba quien esperase de estas elecciones un resultado muy distinto al acaecido. En España, el voto tiene una gran inercia. A la gente le gusta votar al que piensa que va a ser el ganador, por eso mayoritariamente se inclina por los partidos que según la experiencia pasada tienen posibilidades de triunfo. Por eso también el que está en el poder tiene gran probabilidad de repetir la victoria. El deterioro siempre es lento.

La izquierda, -lo que convencionalmente se llama izquierda- se equivocaba si creía que de mayoría absoluta en las pasadas elecciones, el PP podía pasar a tener una debacle electoral. El declive del felipismo comenzó con la huelga del 14 de diciembre del 88, y tras ella ganaron aun dos elecciones generales.

Los resultados cosechados por la izquierda, por mucha que sea la desilusión que hayan padecido, son bastante aceptables teniendo en cuenta las coordenadas que rigen el sistema y las características de nuestra sociedad actual. IU se ha agarrado a su única posibilidad, la única que el sistema le tolera, la de convertirse en apéndice y complemento del PSOE; en su previsible muleta. Ello le ha permitido contar con la aquiescencia de los medios de comunicación afines al PSOE y ocupar un pequeño espacio, sin ser anatematizado por tiros y troyanos. De esta manera ha logrado mantenerse, e incluso ganar algún punto en comunidades, con gran sensibilidad nacionalista.

En cuanto al PSOE, hace un año hubiera firmado con los ojos cerrados, obtener los resultados que ha conseguido. Se le reprocha no haber sabido presentar un programa alternativo, pero para presentar algo se necesita tenerlo y es que el problema actual de los socialistas es similar al que tenían los populares cuando estaban en la oposición –se les criticaba lo mismo- que no tenían un proyecto distinto del que estaba ejecutando el gobierno.

Los programas del PSOE y del PP son demasiado parecidos para que los ciudadanos perciban las diferencias, y todo se decide, por tanto, bien en adhesiones inquebrantables de siglas, bien en apreciaciones personales acerca de quien inspira más confianza, quien es más simpático o, en el mejor de los casos, a quien se le considera más preparado para gobernar.

Es cierto que en el último año, y en determinados temas como el de la reforma laboral o el de la guerra de Irak, el partido socialista ha adoptado posturas similares a las de IU, netamente de izquierdas; pero subsiste en muchos la sospecha de si éstas actitudes obedecen más a la lógica pretensión de deteriorar al gobierno que a un verdadero convencimiento ideológico, y de si sus planteamientos serían los mismos de estar en el poder.

En cualquier caso, a la derrota política de la derecha debe preceder la derrota ideológica. El pensamiento que hoy impera en la sociedad es conservador. Mientras esta hegemonía subsista es muy difícil que alcance el poder un partido de izquierdas, al menos de la verdadera izquierda. Pero, ¿cómo va a producirse la mutación ideológica de la sociedad si los partidos de izquierdas tienen miedo a plantear abiertamente un programa de izquierdas por el coste en votos que puede acarrearles? Esta es la pescadilla que se muerde la cola. El éxito electoral a corto plazo ahoga las expectativas de una auténtica transformación social.