El
escándalo de Gescartera
El portavoz de Hacienda en el Congreso del
PP, Martínez Pujalte, ha afirmado que lo importante
en el caso de Gescartera ha sido que en esta ocasión
todas las señales de alarma han funcionado correctamente. Pues anda, que si no
llegan a funcionar... Porque lo cierto es que el pastel se ha descubierto
cuando parece que no hay nada ya que salvar, excepto descubrir lo que ha pasado
y hacer que los implicados asuman sus responsabilidades.
Hay, en este caso, demasiados elementos
oscuros, y la actuación de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV)
no ha salido precisamente muy airosa. En 1999 Gescartera
fue sancionada con siete millones de pesetas por resistencia a la acción
inspectora; y sus apoderados, Camacho y Ruiz de la Serna, con dos y uno
respectivamente. No era la primera vez que Antonio Rafael Camacho tenía que
vérselas con la CNMV, pues en 1994 esta institución
había impuesto una multa de 128 millones de pesetas a la sociedad Bolsa Consulting de la que era administrador, junto con su padre,
y en la que, curiosamente, Pilar Jiménez-Reina, ahora presidenta de Gescartera, figuraba como accionista. Pero
de manera incomprensible la CNMV no
hizo pública la multa, y
a pesar del
comportamiento poco regular de la
sociedad, aprobó en febrero de 2001
su conversión en agencia de valores, lo que
le otorgaba funciones de intermediación.
Cada día
el agujero se hace mayor. El Ministro
de Economía reconoce ya
18 mil millones de pesetas y hay
quien dice que puede llegar
a los sesenta.
De igual modo, los damnificados
van surgiendo con cuentagotas, lo que
sin duda se
explica por el carácter institucional
que tienen muchos de ellos, que
les hace no
desear la publicidad, y también
por la sospecha
de que al
menos parte del dinero invertido
es negro.
Lo malo
-o lo bueno,
depende desde qué ángulo se
mire- de los
escándalos financieros, es que
dejan con las vergüenzas al aire a más de
uno. Y no
me refiero, lógicamente, a los que han
organizado la estafa, sino
a otros muchos respetables, que
se han dejado
querer, o arrastrar
por el espejismo
de una ganancia
fácil. Habría que preguntarse qué
pinta una organización benéfica como la ONCE cuyo
patronato corresponde al Estado, en
un chiringuito financiero de este pelaje. Pero, ahí estaban como
inversores tres obispados, la
Mutualidad de la policía,
los huérfanos de la Guardia
Civil, el Secretario
de Estado de
Hacienda, varias ONGs, y hasta
el Ministerio de Defensa.
Alguien tendría que explicar cómo es posible que
el servicio de seguridad social
de La Armada
invierta, en tanto se ingresan en
la seguridad social, las retenciones practicadas por el Ministerio de Defensa al
personal civil, en el mercado
de valores,
y más concretamente
en sociedades tan problemáticas como Gescartera; y todo ello con
la única cobertura
legal de una Orden Ministerial de 1976, como
si desde entonces
no hubiese habido ninguna modificación legal en materia de
gestión de recursos públicos.
Con todo,
lo más inquietante
es la pasividad
e ineficacia de ciertas instituciones, comenzando por la CNMV, siguiendo por la Agencia Tributaria y
terminando por las empresas auditoras y el ICAC, que tiene la función de
controlar a estas últimas. Lo más inquietante es la posible connivencia de políticos y altos cargos. Cuando el
jubileo entre sector público y privado es una constante, resulta bastante
lógico que se disparen todas las sospechas.