El
pecado de la izquierda
A medida que transcurre el tiempo y si nos
desprendemos de tópicos sin fundamento, resulta fácil darse cuenta de que la
tan ensalzada Transición española no ha sido tan perfecta como se nos quiere
hacer ver. En realidad, han subsistido la mayoría de los problemas heredados
del franquismo.
Hemos tenido que tragar con una forma de Estado tan
irracional y vetusta como la Monarquía; y lo que es aún peor, como el personal
se acostumbra a todo, los españoles hemos pasado de ser mayoritariamente
antimonárquicos a dar culto bobalicona e irreflexivamente a los Borbones.
Han
sobrevivido las estructuras de poder del franquismo. No me refiero tanto al
poder político como al otro, al verdadero poder, al que se suele denominar con
la expresión poderes fácticos. Pocos
cambios desde la dictadura, excepto el aderezo de haberse incorporado nuevos
elementos de la nueva clase política. Y subsiste aún el problema territorial
que el franquismo enervó, y que la Transición, lejos de solucionar, ha agravado
y me temo que se agravará aún más en el futuro.
Los dos
primeros puntos han sido fundamentalmente obra de la derecha, pero el tercero
tiene bastante que ver con la izquierda. La izquierda ha mantenido sentimientos
ambivalentes frente al Estado. Parte de ella no se ha librado nunca de la
visión marxista de considerarle como el consejo de administración de los
intereses económicos; por eso, cuanto más dividido estuviese, mejor. Esta
desconfianza se ha visto acrecentada en el caso de España por la identificación
entre Estado y régimen franquista. Tales recelos pueden tener razón de ser
frente al Estado liberal y por supuesto frente a los regímenes dictatoriales,
pero carecen de todo sentido cuando se trata del Estado social y democrático.
A una parte
de nuestra izquierda le cuesta comprender que el único contrapeso posible al
poder económico y a las desigualdades que derivan del mercado se encuentra en
el Estado. Bien es verdad que hoy en día estamos en presencia de un proceso
involutivo que pretende retrotraernos al Estado Liberal, pero la forma de
combatirlo no puede estar nunca en propugnar menos Estado, sino, por el
contrario, en reclamar más Estado. La manera de superarlo jamás puede centrarse
en un proceso disgregador, que trocea el Estado en compartimentos estancos. El
federalismo no ayuda precisamente a la política redistributiva.
Mayoritariamente,
por no decir en su totalidad, los Estados federales han obedecido a fuerzas
unificadoras. Los Estados independientes, primero se han confederado para más
tarde federarse de cara a conformar un Estado mayor y más potente que el de las
partes. Bajo el influjo de una fuerza centrípeta, poco a poco cedían
competencias a una entidad política de orden superior. Se trataba de una
tendencia a la unidad.
En nuestro
país el proceso se ha desarrollado a la inversa. Caso excepcional, si no único.
Un Estado se disgrega y desconcentra, entregando competencias a las unidades
políticas de orden inferior. Se genera una fuerza centrífuga imparable que
lleva a la dispersión de funciones, y en el que acaba resultando muy difícil si
no imposible la plasmación del Estado social. Desde luego, la solidaridad
interterritorial y regional estará en entredicho. La voracidad de los entes
territoriales en reclamar competencias, especialmente aquellos que cuenten con
partidos nacionalistas, no tendrá fin. Cada vez son menos las funciones que
permanecen en el Estado central. Hoy, y no se sabe por cuánto tiempo, sólo las
pensiones continúan centralizadas a nivel nacional, en caja única y canalizando
la solidaridad interterritorial.
En los momentos actuales, el
debate político deja al margen y olvidados los graves problemas sociales y
económicos para centrarse en la necesidad o no de nuevos estatutos autonómicos
con creciente desconcentración. Parte de la izquierda cae a veces en la trampa.
El País Vasco y Cataluña son buenos ejemplos de ello. Paradójicamente, dejan la
defensa del Estado en manos de la derecha. El resultado de las elecciones catalanas
es elocuente. Muchas formaciones políticas se reclaman de izquierdas, pero a la
hora de la verdad plantean el enfrentamiento y la lucha entre regiones en lugar
de entre clases y grupos sociales. ¿Qué gobierno va a formarse en Cataluña? Lo
veremos.