Trichet,
el dólar y el crecimiento
Hace unos días un
diario de Madrid titulaba un artículo: “El Euro no da tregua”, refiriéndose a
la evolución del tipo de cambio con el dólar. El hecho resulta evidente. Desde
su creación, la moneda única se ha apreciado con respecto al dólar
aproximadamente un 33%. Y todo apunta a que la tendencia continuará en el
futuro. La explicación no es difícil. Existe un factor estructural y otro que
podríamos llamar instrumental.
El factor
estructural se encuentra en el enorme déficit exterior que presenta EEUU. Un
país con un permanente desajuste en su balanza de pagos tiene por fuerza que
terminar depreciando su moneda. Haciendo un inciso, podíamos aplicar esta
evidencia a nuestro país. Desde siempre el talón de Aquiles de la economía
española ha sido el déficit exterior, originado, en buena medida, por mantener
tasas de inflación superiores a las de la mayoría de los países desarrollados.
La única forma de restituir el equilibrio pasaba por devaluaciones periódicas
que volvían a situar nuestros precios en consonancia con los de nuestros
competidores. En los momentos actuales, el déficit de la balanza corriente de
España ha superado todos los récords, pero hoy las devaluaciones no son
posibles al pertenecer a
Pero volviendo a la
economía americana, hay que reconocer que la posición de EEUU, al menos hasta
ahora, era única y singular; su moneda, el dólar, era aceptada como moneda de
reserva con lo que éramos el resto de
los países los que financiábamos su déficit sin que Norteamérica se viese
obligada a depreciar su divisa. Con la creación de
El factor que podemos llamar instrumental –y
que explica también en parte la evolución del tipo de cambio entre el euro y el
dólar– se encuentra en la diferente política monetaria aplicada por el Banco
Central Europeo (BCE) y la de
La postura del BCE resulta bastante
incongruente pues, si bien es cierto que la inflación en la eurozona supera el
2% –cifra por lo visto mágica y milagrosa para la autoridad monetaria–, no es
menos cierto que las señales de debilidad en la marcha de la economía son cada
vez más alarmantes y las previsiones se revisan una y otra vez a la baja.
Pretender que la crisis va a afectar únicamente a EEUU sin repercutir en Europa
es una ingenuidad que los hechos se están encargando de desmentir.
Por otra parte, si por algo se caracterizan
las tensiones inflacionistas actuales es por tener su origen en los costes y no
en la demanda; costes además exteriores a la propia Unión Europea (precios del
petróleo, materias primas y productos alimenticios) y en los que desde el
interior poco se puede influir. En este panorama las restricciones monetarias
pueden resultar totalmente ineficaces, cuando no perjudiciales. Actúan sobre el
PIB nominal pero es difícil calibrar si van a influir en el componente precio,
reduciendo la inflación, o en el componente real de la economía, deprimiendo el
crecimiento. En las actuales condiciones, ante una inflación de costes, y de
costes exteriores, parece bastante probable que una política monetaria
contractiva no reprima las tendencias inflacionistas sino que las avive
mediante un incremento de los costes financieros.
La apreciación del euro frente al dólar, y
frente a todas las otras monedas que siguen al dólar, hace perder
competitividad a los países que componen
Poco a poco nos vamos dando cuenta del
monstruo que hemos construido. Ya hay mandatarios europeos que comienzan a ver
con recelo el modelo de autonomía dado al BCE, al igual que Francia y Alemania
comienzan a ser conscientes de a dónde conduce la libre circulación de
capitales sin cortapisa alguna, a los paraísos fiscales como el de
Liechtenstein. Hasta la política agrícola de