Mañana,
huelga general
Con motivo de cumplirse 25 años de las
primeras elecciones, se ha originado una borrachera de triunfalismo y
verborrea. Todo el mundo se ha apresurado a colocarse la medalla de demócrata y
a felicitarse por lo bien que se ha realizado la transición. Tanta satisfacción
es sospechosa, sobre todo cuando se analizan las características y condiciones
de los satisfechos.
Sé que, tal como
afirma Maurice Duverger, las libertades formales se
transforman muy pronto en reales, tan sólo hay que suprimirlas. Pero una cosa
es renegar de todo régimen dictatorial, sea del signo que sea, y otra muy
distinta dar por bueno cualquier sucedáneo de democracia, o cerrar los ojos
ante las muchas carencias y adulteraciones que presentan los regímenes
actuales. Una cosa es asumir que tal vez no fue posible una forma distinta de
transición, y otra adoptar una postura bobalicona y embelesada ante el proceso.
Reconciliación entre vencedores y vencidos. Pero unos continuaron siendo
vencidos o hijos de vencidos y otros vencedores o hijos de vencedores. Todos
accedieron a una nueva plataforma y a unas nuevas reglas de juego. Pero unos lo
hicieron desde su situación de privilegio, conservando el status
quo y las fortunas amasadas durante la dictadura, y los otros con su pobreza y
situación social fruto de la marginalidad a la que se les
condenó.
No vale decir señor, señor...
;democracia, democracia.
Así lo testificaba Tirso de Molina:
“Deje palabras quien ama,
que sin obras todas vuelan;
porque palabras y plumas
dicen que el viento las lleva.”
Y es que,
precisamente, quienes más se apropian del término demócrata y se vanaglorian de
forma reiterada de su condición de tales, son los que a la hora de la verdad no
tienen inconveniente en violar las reglas más elementales de un sistema
democrático.
“Las palabras, cera;
las obras, acero”, afirmaba Góngora, y me temo que nuestra democracia tiene
poco de acero y mucho de cera.
Los mismos medios de
comunicación que hacían un despliegue espectacular para celebrar eufóricamente
estos veinticinco años de paz, adoptaban al tiempo una postura militante con la
finalidad de manipular e intoxicar a la opinión pública en contra de la huelga
general, demostrando así la total ausencia de pluralismo informativo en nuestro
sistema. Y es que, quien paga manda, y ya se sabe quien paga y quien manda en
los medios. La huelga general está mostrando una vez más el monolitismo de la
prensa y los intereses a los que sirve. Pero ¿puede hablarse de democracia cuando
la prensa está cautiva?
Para servir a su señor no dudan en practicar
terrorismo informativo, se lo montan con un sindicalista anónimo que nadie
conoce y por supuesto al que no identifican, a fin de ilustrar las atrocidades
que, según ellos, van a realizar los piquetes el día de la huelga. Y sin
ninguna ética profesional, a base de unir las noticias, ligan subliminalmente
–aun cuando no exista ninguna prueba– la huelga con el sabotaje a Telefónica.
Claro que el muy democrático Ministro de Asuntos Exteriores hace lo mismo, sólo
que de forma explícita. Por difamar que no quede, y no queda cuando se dispone
de casi todos los medios de comunicación para usar y abusar.
Se tiende a
identificar los intereses del Estado con los del partido en el gobierno. Es por
ello, por lo que el Ministerio de Trabajo no tiene empacho en costear con
recursos públicos cuñas publicitarias a favor de la reforma laboral, al tiempo
que se utiliza un organismo estatal como el CIS para influir en contra de la
huelga mediante encuestas de las que sólo el gobierno conoce la “cocina”.
En nuestra flamante
democracia continua habiendo mucho despotismo. El que
más y el que menos porta, enquistado en el estómago, un pequeño dictador. Se
dan por buenas las huelgas siempre que no se note, y a poder ser que se
celebren en domingo. Por eso, éstos como aquéllos, se agarran con pasión a los
servicios mínimos. A través de una designación abusiva puede lograrse que la
huelga quede reducida a justas o juegos florales. En todo caso, como ha
afirmado el portavoz del gobierno, existen otros procedimientos, dando a
entender dónde estaba la policía. Todo como en los mejores tiempos. Y para
piquetes coactivos nada como los empresarios que aprovechando el enorme volumen
de contratos precarios chantajearán a sus trabajadores por todos los medios
para que no paren.
En fin, al margen de
todo ello, la huelga será lo que quiera la prensa y ya sabemos lo que la prensa
quiere. La realidad virtual sustituirá a la real y no permitirá que la realidad
arruine los intereses de sus señores. Se precisará tan sólo repetir una y otra
vez que la huelga ha sido un fracaso. Porque, como afirma Ramonet,
en nuestra sociedad mediática la repetición equivale a una demostración.