Europa y las autonomías

Hace algunos días la Comisión Europea declaró ilegales las vacaciones fiscales del País Vasco. En esto de Europa uno no gana para sorpresas y sobresaltos. No es que yo esté a favor de tales diferencias impositivas, todo lo contrario. En su momento, desde estas mismas páginas, las critiqué con dureza. Pero sí encuentro extraño, muy extraño, que la Unión Europea tenga algo que decir en esta materia, dado el caos fiscal en que se desenvuelve. A falta de armonizar la tributación directa, cada país campa por sus respetos en el Impuesto de Sociedades. Resulta pues altamente contradictorio que condene tal o cual medida de un Estado miembro o de una determinada región, tanto más cuanto que permite paraísos fiscales como el de Luxemburgo.

Claro que la Unión Europea es en misma una contradicción. Porque contradictorio resulta constituirse en paladín de la libre competencia, persiguiendo cualquier ayuda del Estado y tolerar al mismo tiempo sistemas fiscales diferentes. Un mercado único implica un sistema fiscal único. Los artífices de la Unión, sin embargo, no quieren ni oír hablar de impuestos europeos. El Consejo de Ministros de Economía y Finanzas acaba de rechazar rotundamente la idea, y tampoco parece que haya la menor posibilidad de avanzar en la armonización de la imposición directa, y no digamos en materia social y laboral.

Las vacaciones fiscales vascas no son un problema europeo, constituyen más bien un remedo, una copia en el ámbito nacional de uno de los problemas que arrastra Europa. La invertebración fiscal que caracteriza a la Unión Europea se está importando a nuestro país, a través de las Comunidades Autónomas y con efectos bastante más negativos. Las empresas pueden amenazar con trasladarse de Alemania a Portugal, si no les conceden ventajas fiscales, pero el riesgo de chantaje es mucho más real si el posible desplazamiento tiene que producirse únicamente desde Santander o desde La Rioja al País Vasco.

La fragmentación del sistema fiscal es un resultado anunciado del desarrollo autonómico. No el único, desde luego. La anarquía se va extendiendo progresivamente a otras muchas áreas. La generación de una clase política específica de cada autonomía, con objetivos propios, introduce una fuerza centrífuga que termina por hacer explosivo el proceso, sin que se pueda vislumbrar el final. Intereses sectarios y provincianos dificultan cada vez más una política económica y social global. Hoy no es políticamente correcto dudar de la bondad del Estado de las autonomías. Pero tal vez, sin tardar mucho, comencemos a preguntarnos si no nos habremos equivocado. Teníamos dos problemas, no se han solucionado, pero hemos creado otros quince.