La
excusa de la guerra
La guerra contra Irak aún no ha comenzado -confiemos en que algún milagro o la presión popular
consigan que no lo haga nunca- y, sin embargo, algunos ya la
están rentabilizando. Desde el 11 de septiembre de 2001, Bush ha sabido sacar
buenos dividendos al terrorismo. Pasó de ser un presidente cuestionado y con el
mínimo apoyo a contar con una de las mayores adhesiones populares que un
dirigente norteamericano haya disfrutado jamás.
Toda la parafernalia que acompañó al atentado de las
torres gemelas, la invasión de Afganistán y ahora la previsible guerra contra
Irak, están sirviendo de cortina de humo para ocultar los graves problemas que
afligen a la sociedad americana. Mientras ésta se debate en una paranoia
colectiva ante la amenaza de hipotéticos atentados, nadie repara en las
cuestiones económicas y sociales.
La psicosis y el miedo propiciados por la Casa
Blanca han hecho olvidar rápidamente los escándalos y las corrupciones
asociadas a las quiebras y suspensiones de pagos de grandes corporaciones en
las que aparecía implicado a los máximos niveles el Gobierno americano, y que
ponen en cuestión el propio sistema económico.
Centrar la atención de la opinión pública americana
en una futura guerra contra Irak ha permitido que aquélla se desentendiese
rápidamente de una reforma fiscal que beneficia sólo a los ricos y que
incrementa aún más los desequilibrios de una sociedad que se sitúa ya a la
cabeza de todos los países en cuanto al grado de desigualdad en el reparto de
la renta y la riqueza.
Bush ha aprovechado la guerra para aprobar un
presupuesto que dilapida el superávit acumulado por la administración Clinton y
vuelve a sumir las finanzas públicas en uno de los mayores
déficit de su historia. Los enormes incrementos de gasto público no se destinan
a reformar la sanidad pública, casi inexistente en EEUU, ni a incrementar las
ayudas sociales, sino a potenciar la industria militar a la que Bush debe en
buena parte su elección.
La guerra está sirviendo también de excusa para
justificar la no recuperación económica, recuperación que, como es habitual,
todos los analistas habían anunciado para la primera parte de este año y que ya
empiezan a dudar de que se produzca. El propio Greenspan lo afirmaba esta
semana.
Hasta países como Francia y Alemania, que se oponen
a la guerra, intentan utilizarla y, colocándose la venda antes que la herida,
manifiestan que si se produce finalmente, habría que flexibilizar el Pacto de
Estabilidad.
Nuestro país no se queda atrás. El vicepresidente
económico se siente aliviado porque ya cuenta con la excusa perfecta: la
guerra, para explicar por qué la economía no se recupera. Y la urgencia y la
necesidad de escribir o manifestarse en contra de la guerra impide
que prestemos atención a los temas sociales, por ejemplo, a que, según las
últimas estadísticas de la Unión Europea, España ocupa el último lugar en
cuanto al porcentaje del PIB que destina a protección social. Sólo Irlanda se
encuentra por debajo, y eso porque, según Eurostat,
en ese país las cifras del gasto en pensiones están infravaloradas al no
disponerse de datos concernientes a los regímenes profesionales de los
asalariados del sector privado con constitución de reservas.
Las cifras que Eurostat
acaba de publicar para el año 2000 indican que el gasto en protección social de
nuestro país absorbió un 20,1% del PIB, mientras que la media europea fue del
27,3% y el porcentaje de países como Francia y Alemania, del 29,7 y 29,5%, respectivamente.
Lo peor con todo es que en los últimos años la divergencia española con Europa
se ha incrementado. Lejos de seguir la pauta natural de los países pobres como
Portugal o Grecia, que desde 1996 a 2000 han incrementado el porcentaje del
21,2 al 22,7%, y del 22,9 al 26,4%, respectivamente, con lo que han reducido la
diferencia que les separaba del resto de países europeos, nosotros la hemos
incrementado, al reducirse el porcentaje del 21,9 al 20,1%. Pero la guerra,
como es lógico, lo tapa todo. A algunos ya les va bien, ya, que al menos haya
amenaza de guerra...