De nuevo, la
reforma laboral
El
sector más asilvestrado de la derecha económica, con la finalidad de quebrantar
aún más las condiciones laborales, ha llegado a decir que tenemos un mercado de
trabajo franquista. De Franco se mantienen aún bastantes cosas, pero no
precisamente la legislación laboral. El Estatuto de los Trabajadores se aprobó
en 1980, es decir, en plena Transición; pero, además, ese texto se ha
modificado más de 50 veces. Uno tiene la impresión de que en realidad sobran
reformas laborales y lo que faltan son verdaderos empresarios. Reformas
laborales ha habido en 1984, 1994, 1997, 2002 y, la última, de 2011. El
discurso es alternativo. Se comienza promocionando los contratos temporales al
grito de que es mejor un puesto de trabajo precario que ninguno, para afirmar
en la reforma siguiente que la alta temporalidad y la dualidad del mercado
laboral fuerzan a abaratar el despido de los contratos indefinidos, y así
sucesivamente.
Faltan,
sin duda, empresarios que no busquen beneficios fáciles en los empleos basura y
en la mano de obra barata, en las subvenciones y en los mercados cautivos. En
una economía globalizada siempre habrá países que tengan unos costes laborales
más reducidos y unas condiciones de trabajo más precarias. Basar la
competitividad en la reforma del mercado laboral constituye una tarea condenada
al fracaso. Como se ha hecho patente a lo largo de estos 30 años, las reformas
laborales nunca han creado empleos, sólo han transformado los existentes
reduciendo los salarios y empeorando las condiciones de trabajo.
La
creación de puestos de trabajo no se decide en el ámbito del mercado laboral,
sino en los de productos y servicios. Es la demanda la que crea los empleos,
con lo que puede ocurrir –y de hecho ocurre– que las
reformas en el mercado de trabajo, al deprimir las condiciones laborales y los
salarios, incidan negativamente sobre el consumo y por tanto sobre el crecimiento
y el empleo. A su vez, el único efecto del abaratamiento del despido es que los
empresarios prescinden de los trabajadores a la primera dificultad, aun cuando
tal despido no sea ni imprescindible ni necesario. Más paro, pero también más
beneficios empresariales.