La
eliminación del SMI
El Gobierno, un año más, ha actualizado el salario
mínimo interprofesional (SMI) tomando como referencia la inflación prevista, y
dado que ésta siempre se fija por debajo de lo que realmente van a subir los
precios, también un año más dicho salario perderá poder adquisitivo. Lo del SMI
es uno de los aspectos más escandalosos de nuestra mal llamada política social.
Desde su establecimiento en 1981 ha perdido el 17% de su valor, y su cuantía
actual, 460,50 euros al mes, causa lástima. Exceptuando el de Portugal, es el
más bajo de la UE, y no llega a la mitad de los de Holanda, Francia o Bélgica.
El discurso
oficial y sus apologetas no se cortan un pelo, y a falta de otras razones pretenden
quitar importancia al asunto arguyendo el escaso número de personas a las que
afecta, sin ser conscientes de que tal argumento se vuelve en su contra. Es
posible que no sean muchos los salarios que se mantienen en esta cuantía y, por
el procedimiento de que pierdan poco a poco poder adquisitivo, serán menos cada
año. Pero ello lo único que implica es que al SMI se le está privando de toda
efectividad, hasta que se le anule por completo, de manera que el mercado,
incluso en aquellos sectores en los que el trabajador está más desprotegido,
fije salarios por encima del legal.
EL SMI
constituye una pieza esencial del Estado social y como tal está reconocido en
los convenios de la OIT, en la Carta Social Europea (CSE) y, en nuestro país,
en el Estatuto de los Trabajadores (ET). Se fundamenta en la creencia de que
los mercados no son perfectos, en especial el mercado laboral en el que la
desigualdad a la hora de negociar entre las partes es evidente, y en el que por
lo tanto se impone la actuación de los poderes públicos fijando unas
condiciones mínimas entre las que se encuentra, en primer lugar, el propio
salario. Pero para que tenga eficacia y no quede en mero nominalismo su cuantía
tiene que ser adecuada y revisable periódicamente.
El ET es preciso al respecto cuando indica que debe
fijarse cada año, previa consulta con los sindicatos, atendiendo al índice de
precios al consumo, la productividad, la participación de los salarios en la
renta nacional y la evolución de la coyuntura económica. Y llega incluso a
imponer una revisión semestral en el caso de
que la inflación real se aleje de manera sustancial de la prevista. Nada
de esto se está cumpliendo. Lejos de incrementarse, participando del
crecimiento económico y del aumento de productividad, se ha reducido en
términos reales perdiendo poder adquisitivo; desde 1996, el 4,9%. La CSE cifra
como cuantía adecuada el 60% del salario medio. En nuestro país no llega, sin
embargo, al 40%. Y eso que nuestros salarios no son especialmente altos.
La escasa
cuantía del SMI no sólo perjudica a los que lo cobran sino en general a todos
los trabajadores cuyas retribuciones serían mayores si el SMI fuese más
elevado. Pero esto es exactamente lo que se pretende cuando se reduce año tras
año: que no exista o, si no hay más remedio que mantenerlo porque así lo
imponen los convenios de la OIT, que no tenga efectividad y que sea el mercado
el que determine el nivel salarial, tan bajo como quiera. Además, el SMI sirve
de referencia para muchas ayudas públicas, por lo que su cuantía también incide
sobre sus perceptores.
Celebramos con bombo y platillo
los veinticinco años de la Constitución. Todos nos vanagloriamos de ser sus
mejores paladines, pero lo cierto es que en la práctica se está violando, al
transmutar el Estado social por un Estado liberal totalmente ajeno a la letra y
al espíritu de nuestra Carta Magna. El SMI es un buen ejemplo.