Tarde
y raquítica
Cuando en abril, ante la cumbre del G-20 en
Londres, Obama reprochaba a los países europeos no hacer un mayor esfuerzo en
aprobar medidas para estimular la economía, Alemania y Francia replicaban que
Europa disponía de unos sistemas de protección social de los que carecía EEUU.
En cierta medida tenían razón, la existencia de esas redes de servicios y
prestaciones sociales fuerzan a que los estabilizadores automáticos actúen con
mucha más intensidad, necesitando, por tanto, menos de las políticas
discrecionales. De todas las formas éstas tampoco hubieran venido mal, sobre
todo en el caso de Alemania teniendo en cuenta su superávit en la balanza por
cuenta corriente y la atonía que demostraba su demanda interna.
El caso de España es especial, puesto que su
sistema de protección social se aleja del de la gran mayoría de los países
europeos. Seis puntos del PIB separan nuestros gastos sociales de los de
Europa. Una de las primeras medidas, por tanto, que debería haber adoptado el
Gobierno para reactivar la economía, tendría que haber sido incrementar los
gastos sociales más allá del mero efecto de los estabilizadores automáticos y
−considerando las especiales características de nuestro mercado laboral
con una tasa desproporcionada de temporalidad y, consiguientemente, con una
gran facilidad para repercutir el coste de la crisis sobre los trabajadores en
forma de paro− incrementar también la cobertura del seguro de desempleo.
Nada de eso se hizo. Entre la multitud de
medidas adoptadas con la finalidad de reactivar la economía (sin demasiada
coherencia entre ellas y siendo muchas discutibles), no se tomó ninguna que
significase ampliar la prestación por seguro de desempleo. Han tenido que pasar
dos años desde el inicio de la crisis para que al fin se aprobase una en esta
dirección, pero raquítica y a todas luces insuficiente. Es difícil encontrar la
explicación de tal tardanza, a no ser que se encuentre en el prurito de los
agentes sociales de apuntarse un tanto y de salir en la foto.
Causa indignación y rabia comparar los
recursos destinados a salvar a las entidades financieras, ésas que estaban tan
sanas y eran la envidia del mundo entero (nueve mil millones de euros
ampliables hasta noventa y nueve mil) y los seiscientos cuarenta millones de
euros que se van a emplear en aumentar la cobertura del seguro de desempleo.
Incluso objetivos de más dudosa eficacia para la reactivación, como las
dotaciones del plan E facilitadas a los ayuntamientos o las subvenciones
destinadas a la industria automovilística o a la compra de vehículos, han
obtenido más recursos. Y qué decir de medidas claramente contraproducentes como
la eliminación del impuesto de patrimonio.
El carácter raquítico de la ayuda afecta no
sólo al importe del subsidio, sino también a su extensión, dejando excluido a
todo ese cuantioso número de trabajadores que hayan agotado la prestación con
anterioridad al 1 de agosto y que serán, seguramente, de los que más lo
necesiten.
La escasa cuantía de la ayuda aprobada en
ningún caso puede justificar ciertos discursos demagógicos como los del
portavoz de economía del Partido Popular. Es verdad que con 14 euros diarios no
puede vivir una familia, pero mucho peor vivirá si ni siquiera los tiene. Si
tan partidario era de ampliar la cobertura del seguro de desempleo y en una
cantidad mayor que la aprobada, podía haberlo propuesto en el Congreso en lugar
de demandar la reducción de impuestos.
El mensaje de Montoro
es similar al de la patronal. Aquiescencia, porque sería impopular oponerse a
tal medida, pero concibiéndola más bien como una buena obra social sin que
tenga efecto alguno en la recuperación que, según la CEOE, depende de medidas
“más serias”. En esta misma línea se han pronunciado sabios tertulianos en la
radio justificando la escasa cuantía de este capítulo con respecto a otros como
el de las obras en infraestructuras en que estas últimas, a través del efecto
multiplicador, servirán para sacarnos de la recesión, mientras que con ampliar
la cobertura del seguro de desempleo se trata tan sólo, según ellos, de paliar
un drama humano.
La ignorancia, o la mala fe, que de todo
hay, es muy atrevida porque, efectivamente, aumentar
los recursos destinados a los parados es una exigencia de nuestro Estado
social, pero es que además puede ser una de las medidas más eficaces de
política expansiva. El efecto multiplicador tiene que ser por fuerza muy alto
ya que la propensión a consumir de los parados estará muy próxima a la unidad
lo cual no ocurre, desde luego, con las rebajas impositivas propuestas por el
PP que gran parte se filtrarían hacia el ahorro al afectar en buena proporción
a las rentas altas y medias. Incluso las propias obras públicas pueden tener
una eficacia menor ya que parte de los recursos pueden deslizarse como beneficio
de los empresarios en una larga cadena de subcontratación e incluso como
importación de maquinas y materiales.