Crisis
autóctona
El PIB de Alemania y Francia ha crecido en
el segundo trimestre un 0,3% con respecto al trimestre anterior. Hay quien se
ha apresurado a anunciar el fin de la recesión. Apuesta arriesgada. Un
trimestre indica bien poco. En cualquier caso, lo que sí parece cierto es que
la recuperación en España va a ser mucho más lenta, lo cual no carece de
explicación ya que nuestro país tiene su propia crisis autóctona sobre la que
se ha superpuesto la internacional. Primero deberá superarse ésta para que la
economía española pueda solventar sus propios desequilibrios.
En mi último artículo en este diario (4 de
agosto), situaba en la globalización y en los consecuentes desequilibrios en el
comercio exterior la causa última de la crisis. Paradigma China–EEUU.
Curiosamente, la economía de nuestro país ha presentado en los últimos años
algunas características muy parecidas a las de EEUU: mayor desigualdad en la
distribución de la renta, burbuja inmobiliaria, enorme endeudamiento de las
familias con el consiguiente incremento en el déficit de la balanza por cuenta
corriente…
Si el colosal desequilibrio exterior de EEUU
ha sido posible por ser el dólar moneda de reserva y por el irreal tipo de cambio
mantenido por esta moneda con respecto a las divisas emergentes, en el caso
español ha sido el euro el que ha posibilitado el enorme endeudamiento
exterior. El euro no es la solución, sino el problema. Sin el euro ciertamente
no hubiéramos crecido en el pasado a las tasas que lo hemos hecho, pero tampoco
nos encontraríamos ahora en la trampa en que nos encontramos.
El euro facilitó a las entidades financieras
endeudarse en el exterior a tipos bajos de interés, y éstas −ante la
perspectiva de incrementar fuertemente sus beneficios− arrastraron a un
mayor consumo del que se podían permitir a una gran masa de población cuyos
ingresos estaban mermados por un empeoramiento en la distribución de la renta.
Por otra parte, el mantenimiento año tras año de un diferencial de inflación
con el resto de los países europeos reducía nuestra competitividad y convirtió
en negativa la contribución del sector exterior al crecimiento que, de este
modo, gravitó en su totalidad sobre el consumo y la construcción.
Situaciones similares, aunque menos graves,
(por ejemplo el periodo 92-93), se superaron gracias a la devaluación de la
moneda. Las devaluaciones no son la enfermedad, sino la medicina, una vez que
el mal ya se ha producido. Si la devaluación no es posible por estar en la
Unión Monetaria se impone la cirugía, el ajuste en el ámbito real: recesión,
paro, deflación, que durará hasta que los desequilibrios hayan desaparecido o,
al menos, aminorado y nuestro déficit exterior retorne a niveles soportables.
No es por casualidad que por primera vez los precios en nuestro país, crezcan
menos que en la zona euro.
Las devaluaciones no son agradables pero
distribuyen los costes más o menos equitativamente. Los ajustes en el sector
real, por el contrario, lo hacen de manera desigual, en mucha mayor medida
sobre las clases bajas mediante paro, reducción de salarios y endeudamiento del
sector público.