Votar ¿para qué?
Hace
siglo y medio que Marx definió el Estado como el consejo de administración de
las fuerzas económicas. Con ello no hacía más que describir la situación del
sistema político y económico de su tiempo. Más tarde, las cosas, sin duda,
fueron cambiando. Por un lado, el deterioro de las condiciones laborales y
sociales había llegado a tal extremo que las protestas, revueltas e incluso
revoluciones se extendieron por todas las latitudes, constituyendo una amenaza
real para las oligarquías dominantes. Por otro, la libertad absoluta del
capital introducía la anarquía económica y financiera y, tal como la crisis del
29 había puesto de manifiesto, existía el peligro de que las contradicciones
terminasen por derribar el sistema. A resultas de ello, poco a poco y principalmente
tras
En
el imaginario popular el Estado social se identifica con la existencia de los
derechos laborales y sociales e incluso con un sistema fiscal progresivo con
fuerte capacidad redistributiva, pero todos estos elementos son tan solo la
consecuencia o los efectos de una realidad más profunda que constituye su
auténtica esencia: la necesidad de que el poder económico se someta al poder
político. Alguien tan poco sospechoso como Karl R. Popper lo afirmaba
tajantemente en su obra, “La sociedad abierta y sus enemigos”: “…el poder
político es fundamental y debe controlar al poder económico... No podemos
permitir que el poder económico domine al político; y si es necesario, deberá
combatirse hasta ponerlo bajo el control del poder político”.
La
doctrina del Estado social parte del principio de que la desigualdad económica
genera también la desigualdad política y jurídica, y puede llegar a falsear el
juego democrático.
El iuspublicista Hermann Heller supo
expresarlo claramente: "...Sin homogeneidad social, la más radical
igualdad formal se torna la más radical desigualdad, y la democracia formal,
dictadura de la clase dominante. La superioridad económica y de educación pone
en las manos de los grupos dominantes instrumentos bastantes para trastocar la
democracia política en su auténtico opuesto. Sirviéndose de la dominación
financiera sobre partidos, prensa, cinematógrafo y literatura, a través de la
dominación social sobre escuela y universidad, no precisa descender al cohecho
para lograr un sutil ascendiente sobre los aparatos burocráticos y electorales,
de tal suerte que, preservándose las formas democráticas, se instaure una
dictadura. Tal dictadura resulta tanto más peligrosa cuanto que es anónima e
irresponsable. En la medida en que guarda la forma de representación, y falsea
su contenido, hace de la democracia política una ficción".
Ante
este peligro, Popper ofrecía claramente la solución “...La naturaleza del remedio salta a la
vista, deberá ser un remedio político, semejante al que usamos contra la
violencia física... eso significa que el principio de la no intervención, del
sistema económico sin trabas, debe ser abandonado... deberemos exigir que la
política de la libertad económica ilimitada sea sustituida por la intervención
económica reguladora del Estado. Debemos exigir que el capitalismo sin trabas
dé lugar al intervencionismo económico”.
Fueron
estos presupuestos del Estado social los que se impusieron de manera hegemónica
durante muchos años, al menos en Europa (no en España que sobrevivía en medio
de una dictadura), y proporcionaron, aunque con sus claroscuros, la época
social, política y económica más floreciente de los países.
La
situación, sin embargo, ha vuelto a cambiar. La aceptación por los gobiernos de
la libre circulación de capitales ha significado la abdicación de sus funciones
de control, por lo que ahora son ellos los controlados por los poderes
financieros y económicos. Hace tiempo que las señales eran evidentes, pero se
han hecho presentes con toda su fuerza en la crisis actual y más concretamente
en
En
España, a lo anterior viene a sumarse la ley electoral que nos encasilla en el
estrecho margen del bipartidismo. La forma de repartir los escaños por
provincias, la Ley d´Hondt y el sistema de financiación
de los partidos hace inviable el protagonismo de cualquier partido minoritario
(tanto más si es de izquierdas) como no sea nacionalista o regionalista. El
resultado es que únicamente dos formaciones políticas tienen posibilidades de
gobernar. La única disyuntiva que se presenta es que lo hagan con mayoría
absoluta, lo que sin duda es bastante malo, o con el apoyo de partidos
nacionalistas, lo que aún es peor, ya que la política aplicada será la misma
con la única diferencia de que se producirá además la mordida a favor de un
determinado territorio y en contra del interés general.
Votar
¿para qué? si se trata de un juego trucado, que ninguno de los partidos
mayoritarios quiere modificar. Rubalcaba ha introducido en su campaña con afán
propagandístico la promesa de caminar hacia listas abiertas, pero ni una
palabra de implantar un sistema verdaderamente proporcional en el que todos los
votos tengan el mismo valor; más bien al contrario, las dos grandes formaciones
políticas modificaron la ley electoral para dificultar aún más la posibilidad
de que participen los partidos minoritarios.
Marx
describía a los gobernantes de su tiempo como el consejo de administración de
los poderes económicos. En él era una metáfora. En los momentos presentes es
además una realidad. Los políticos de uno u otro signo, alternan sus etapas de
gobierno con sentarse físicamente en los sillones de los consejos de
administración de las grandes empresas o de las multinacionales. Votar ¿para
qué?