¿Ha
terminado la recesión?
El titular
periodístico del pasado fin de semana anunciaba que la economía europea había
salido de la recesión. Planteamiento un tanto optimista. Por un parte, influye
el deseo generalizado de que así sea. Por otra, el haber asumido el criterio
más bien mecanicista de que el “entrar” o “salir” lo marcan dos tasas intertrimestrales consecutivas de decrecimiento o
crecimiento. Incluso con ese criterio algo simplista únicamente podríamos
afirmar que son sólo algunos países, como Francia y Alemania, los que han
superado la recesión, pero no la Unión Europea ni la eurozona en su conjunto,
ya que, si bien es verdad que en este tercer trimestre presentan una tasa promedio
positiva, no ha ocurrido lo mismo con la del segundo trimestre.
Pero es que, además,
basar el análisis en las tasas intertrimestrales ha
sido más propio siempre de EEUU que de los países europeos, que han preferido
fijarse en las interanuales que no están sometidas a tanta volatilidad.
Siguiendo este último criterio, los datos de este tercer trimestre continúan
siendo bastante desalentadores: -4,1 y -4,3%, en la eurozona y en la Unión
Europea de los 27, respectivamente. La aparente paradoja es que la tasa de
Alemania es peor que la media pues se sitúa en el -4,8%, lo que sin duda
relativiza el supuesto de su recuperación fijándose exclusivamente en las tasas
intertrimestrales de los dos últimos periodos.
Es difícil mantener
que se ha acabado la recesión y al tiempo pronosticar que el paro va seguir
incrementándose este año y el siguiente y que incluso el empleo se va a
estancar en 2011. Esta evolución del mercado de trabajo no puede por menos que
hacer dudar de la fortaleza de la recuperación e incita a pensar que el leve
crecimiento en las dos últimas tasas intertrimestrales
de Alemania y Francia (que son los que elevan principalmente el promedio)
obedecen sobre todo a las exportaciones y a la reposición de stocks, agotados
tras las fuertes caídas anteriores. Para que podamos considerar que la
recuperación tiene bases sólidas es imprescindible la reanimación de la
inversión en bienes de equipo y, principalmente, la del consumo, lo que resulta
bastante difícil de creer con las previsiones de paro ofrecidas.
Si detrás de esta
ola de optimismo se encuentra exclusivamente la pretensión de dar confianza a
la economía no habría nada que censurar, al fin y al cabo las expectativas (los
espíritus animales de Keynes) cuentan mucho en las recuperaciones. Más grave sería
que esta visión eufórica estuviese motivada por la impaciencia de ciertas
posturas doctrinales y fuerzas económicas por abandonar las políticas
expansivas y cerrar lo antes posible lo que según ellos ha sido un paréntesis
—quizás necesario, pero en todo caso desafortunado— en la ortodoxia. Existen
sin duda indicios preocupantes de que por ahí van los tiros cuando el BCE
comienza a hablar de ir retirando las facilidades crediticias a los bancos y la
Comisión insiste, una y otra vez, en empezar a crear planes para corregir los
déficits.
Si triunfa esta
perspectiva, sería un grave error y es posible que ahogase en todos los países
los brotes de recuperación antes de que comenzasen a germinar, pero desde luego
resultaría nefasto para España, inmersa aún en plena crisis y con el sector
financiero sin sanear, porque de lo que no hay duda es de que seremos de los
últimos en salir, si es que al fin salimos. Algunos venimos afirmando que
España tiene su propia crisis autóctona, de la que la internacional ha sido tan
sólo el detonante y quizás el telón que ha servido para ocultarla, pero que irá
quedando al descubierto según vayan recuperándose los otros países.
Nuestra economía
permanece en una trampa de la que es difícil salir. La Unión Monetaria, por una
parte, le impide devaluar, pero por otra le ha facilitado el que contrajese un
déficit exterior desorbitado, financiándoselo fácilmente. Déficit que
forzosamente tiene que corregir. La situación sería muy distinta si los
créditos exteriores se hubiesen empleado en inversiones productivas generadoras
de bienes orientados a la exportación con lo que, a medio plazo, habrían
servido para cerrar la brecha en la balanza de pagos. Pero no ha sucedido así.
En un régimen de libre circulación de capitales y en un sistema en que el
Estado se ha quedado casi sin instrumentos para intervenir en la economía, el
dinero se dirige donde quiere y en esta ocasión ha ido a la especulación
inmobiliaria.
En la UM es la
recesión y la deflación el único camino que queda a corto plazo para reducir el
déficit de la balanza por cuenta corriente y su consecuencia, el endeudamiento
exterior. Si en 2007, el déficit alcanzaba el 10%, ahora se sitúa en el 6%.
¿Cuánto tiempo más tendremos que permanecer en crisis para solucionar el
estrangulamiento de nuestro sector exterior?