La reforma
verdaderamente necesaria
Al
comienzo de la crisis, el Gobierno, el Banco de España y los voceros de lo
económicamente correcto se apresuraron a remarcar la buena salud del sistema
financiero español, en contraposición a las dificultades por las que
atravesaban los bancos de otras latitudes. Se añadía además que el mérito
principal se encontraba en el buen hacer del Banco de España, que había
mantenido una política de provisiones anticíclicas que eran la envidia de otros
muchos países.
Esta
visión tan idílica no cuadraba con los datos que ofrecía
Desde
el principio de los años noventa, y tras cuatro devaluaciones, la economía
española entró en una etapa de expansión que se fue acentuando con la
incorporación a
A
lo largo de todos estos años los diferentes gobiernos, lejos de tomar las
medidas adecuadas para solucionar tales desequilibrios, se mostraron claramente
satisfechos de la marcha de
A
su vez, la mayoría de los economistas -al menos los oficiales- tampoco se
preocuparon de la situación creada; es más, llegaron a realizarse afirmaciones
tan incomprensibles como las de asegurar que los ciclos económicos habían
terminado o que los déficits de la balanza de pagos perdían importancia dentro
de
Todas
estas actuaciones han sido sin duda deplorables, comenzando por la de los
bancos que, llevados de una enorme codicia, se obnubilaron y perdieron toda
prudencia, asumiendo mucho más riesgo del conveniente. Pero, más grave que todas ellas ha sido la postura de desconcierto
y de cambios continuos acerca de la solvencia de las entidades financieras que
desde el primer momento asumieron tanto el Gobierno como el Banco de España.
Mientras la mayoría de los países encararon desde el principio el problema e
intentaron sanear sus entidades financieras, el Gobierno español se dedicó a
negar la realidad y sólo a trompicones, a contracorriente ha ido reconociendo
las dificultades de las entidades españolas. Periódicamente tuvo que desdecirse
y reconocer que el agujero era mayor del que había anunciado meses atrás.
No
es de extrañar que tanto las agencias de rating como
los inversores desconfíen y no acepten las cifras facilitadas. La última
aportada por el Banco de España es poco creíble porque no va directamente al
centro del problema: 15.152 millones es tan sólo la cifra que necesitan para
cubrir un porcentaje de capital, fijado discrecionalmente por el Gobierno, un 8
por ciento los bancos y un 10 por ciento las cajas. Pero el verdadero déficit a
cubrir es tal vez mucho mayor, está en el activo, en la exposición al ladrillo
y en las partidas sobrevaloradas y cuya realización, al menos por el momento,
resulta inviable. Y es muy posible que estas insolvencias afecten, en contra de
lo que se dice, de manera parecida a los bancos que a las cajas. Todos son
depositarios de créditos basura, porque quizá ninguna de las entidades se ha
visto libre por completo de comportamientos irregulares e imprudentes en el
pasado. La única diferencia radica quizá en que los bancos cuentan con más
mecanismos para defenderse, en especial los que tienen fuerte implantación en
el extranjero y han podido compensar con pingües beneficios exteriores los
quebrantos interiores.
La
mayor paradoja radica en que la reforma más necesaria para salir de la crisis,
la del sistema financiero, continúa después de tres años sin llevarse a cabo y,
sin embargo, nos hemos apresurado a emprender todo tipo de reformas regresivas
y antisociales que tienen muy poco que ver con la reactivación económica.