"Santa simplicitas"

Sólo desde la oposición y, digámoslo también, desde una cierta ignorancia, se puede realizar una propuesta tan inviable y burda como la introducción de un tipo único en el IRPF. Si no se quiere dañar gravemente la suficiencia y vaciar de recaudación el impuesto, resulta evidente que ese tipo único habrá de situarse alrededor del tipo medio ponderado de la escala actual, sobre todo teniendo en cuenta que en los momentos presentes contamos ya con un mínimo exento, denominado mínimo vital. Todos aquellos que ahora tributan por encima de la media saldrán beneficiados, y en mayor medida cuanto mayor sea su gravamen actual, pero a expensas de perjudicar a los que contribuyen hoy a un tipo inferior al medio, tanto más también cuanto menor sea su tipo actual. A más riqueza, más beneficio; a más pobreza, más perjuicio.

No hay gobierno, por muy de derechas que sea, que pueda asumir -al menos a corto plazo- el coste político de una modificación tan regresiva. El camino es otro, el que habitualmente sigue el neoliberalismo económico en su tarea de desarmar el Estado social. Reformas sucesivas con el objetivo perfectamente identificado. Lo ha manifestado, y de forma clara, en este diario, el presidente de la comisión creada por el PP para la última reforma fiscal. Después de declararse ferviente defensor del impuesto lineal, confiesa su inviabilidad a corto plazo y proclama que la única forma de conseguirlo es por aproximaciones sucesivas, reforma tras reforma, reduciendo los tramos de la tarifa y disminuyendo el tipo marginal máximo. En realidad, esto es lo que viene sucediendo en España desde mediados de los 80. De los 36 tramos originales hemos pasado a seis, y de un tipo marginal máximo del 65% al 48% actual.

El impuesto lineal de Rodríguez Zapatero, por otro lado copia exacta del de Friedman hasta en su apéndice de la renta básica de reinserción, no va a ser aplicado ni por el PSOE -entre otras razones, porque no parece que vaya a ganar las elecciones- ni por el PP. El peligro no se encuentra ahí. El riesgo se halla en que va a servir para legitimar el discurso y las futuras reformas orientadas a eliminar la progresividad del impuesto. ¿Qué va a decir el Partido Socialista cuando el PP proponga reducir a cuatro o a tres el número de tramos, y el tipo marginal máximo al 40%?

El daño ya está hecho. Ha sido, curiosamente, el PSOE el que ha abierto la caja de los truenos y dado la señal para que se inicie el concierto neoliberal en contra de la progresividad fiscal. Estos días han emergido, de nuevo, todos los sofismas que conforman este discurso. Casi todos ellos confluyen en señalar y tomar como pretexto los muy reales vicios que presenta la configuración actual del IRPF; pero, eso sí, silenciando que la mayoría de estas deficiencias provienen de reformas acometidas bajo principios similares a los que inspiran las medidas que ahora se defienden.

Tales argumentaciones se asemejan a aquel que, habiendo destruido una parte de un edificio, en lugar de arreglarla, exige que se derrumbe el otro extremo para homogeneizar ambos lados. Ante la injusticia lacerante que representa la normativa por la que se rige la tributación actual de las plusvalías, lejos de plantear medidas para su corrección, proponen que se introduzcan injusticias parecidas para las demás rentas.

La elusión fiscal que los contribuyentes de rentas altas cometen creando sociedades ficticias y librándose así de la progresividad del IRPF les induce no a exigir rigor en el régimen de transparencia fiscal con la finalidad de evitar tales abusos, sino más bien a defender que se elimine la progresividad, y que se tribute a un tipo análogo al vigente en el Impuesto de Sociedades. De esta forma, los perceptores de ingresos elevados no tendrán necesidad de defraudar. Muerto el perro, se acabó la rabia.

Pero lo más irritante de este asunto quizá radique en ese intento de explicarnos y convencernos de que el impuesto lineal continúa siendo progresivo gracias al límite exento, como si éste pudiese compensar el efecto negativo de sustituir la tarifa por un único tipo, especialmente cuando en la actualidad ya existe un límite exento. La pequeña influencia que éste tiene sobre la progresividad se concentra en las rentas bajas y se va diluyendo progresivamente hasta casi desaparecer en las medias y altas. Una vez más, la única redistribución que se admite es la de los pobres a los muy pobres.

Los amantes del impuesto lineal suelen recurrir, por último, al argumento de la simplicidad. Pero, puestos a simplificar, ¿por qué no retrotraernos al gravamen de capitación? No un tipo único, no, sino una cantidad idéntica per cápita; que contribuyan con igual montante el presidente de un banco y la señora de la limpieza. Y si no, volvamos al prehistórico impuesto de puertas y ventanas. ¿Puede haber algo más simple? Más simple no, pero más injusto tampoco.