De
Argentina al euro
Han tenido hasta una fiesta en Frankfurt
para celebrar que el euro deja de ser una moneda virtual y se hace presente
físicamente, en forma de billetes y monedas. Duisenberg
está exultante. Ojalá que la euforia actual no se transforme, para muchos
países, en duelos y quebrantos. La historia suele repetirse con más frecuencia
de lo que pensamos y los problemas, aunque planteados en distintos términos,
acaban siendo sustancialmente iguales.
Deberíamos mirar a Argentina. Durante años,
los organismos internacionales más exigentes y las voces y altavoces
neoliberales, colocaron su política económica como modelo para los países
emergentes. Tan bien se adecuaba a los parámetros, teóricamente ortodoxos, que
cuando ningún país europeo cumplía los criterios de Maastricht, Argentina
cumplía todos. Los que ayer alababan, hoy censuran con energía o al menos se
alejan discretamente, con la pretensión de que nadie identifique sus consejos y
programas con la causa de tamaños desastres. Y lo cierto es, sin embargo, que
el mayor error de Argentina ha sido hacer caso a tan preclaras cabezas.
No digo yo, que en el origen de todos los
males que padece este país no se encuentre una clase política en gran medida
insensata y corrupta. Caben también pocas dudas de que los enormes préstamos
contraídos y despilfarrados alegremente por la dictadura, han gravitado como
una pesada carga sobre la economía argentina y han constituido una trampa de la
que resulta difícil librarse. Es cierto del mismo modo que la ausencia de un
sistema tributario adecuado y capaz de dotar de suficiencia a las finanzas
públicas condena a éstas a un déficit crónico, pero por encima de todos estos
factores y cerrando cualquier posible salida se encuentra el empecinamiento en
mantener la convertibilidad y el cambio irreal de un peso por un dólar.
La llamada convertibilidad, al igual que la
dolarización, y formas similares adoptadas por otros países emergentes, hunde
sus raíces en la desconfianza en el poder político y en la prevención a aceptar
la discrecionalidad en la instrumentación de la política monetaria. Pretende
dotarse de normas objetivas y automáticas en el mantenimiento de la oferta
monetaria. Es, en última instancia, un retorno al sistema de patrón oro, sólo
que en este caso el oro es sustituido por el dólar.
Tal como hemos dicho, la historia se repite,
y se repiten sus mismos errores. Hoy nadie se acuerda ya que el empecinamiento
en permanecer en el patrón oro fue uno de los factores que retardaron la salida
de la crisis al principio de los años treinta, y que fueron precisamente los
países que antes lo abandonaron los que también escaparon antes de la
depresión.
Al ligar indefectiblemente su moneda al
dólar, un país abdica de practicar su propia política monetaria pero de ninguna
forma se libra de la discrecionalidad política, simplemente sustituye la de su
propio gobierno por la del gobierno de EEUU, con la agravante, además, de la
heterogeneidad existente entre la economía de ambos países, de forma que la
política monetaria que puede ser adecuada para EEUU puede no serlo, y con casi
toda seguridad no lo será, para un país emergente.
Cuando desde Europa se critica ahora la
convertibilidad practicada por Argentina, sería bueno no olvidar que la Unión
Monetaria europea se asienta en supuestos similares; también aquí se pretende,
como en el patrón oro, huir de cualquiera discrecionalidad política y
establecer unos mecanismos automáticos y objetivos de comportamiento. También
el euro se establece entre países bastante heterogéneos sin que haya ninguna
garantía de que una misma política monetaria sea adecuada para todos ellos.
Esperemos que la euforia actual no se torne más tarde, como en Argentina, en
lamentaciones.