Bien o mal, depende

El índice de precios del mes de noviembre no ha hecho más que confirmar lo que al parecer todos, excepto el Gobierno, sabíamos: que la inflación va mal. La CEOE y su filial, el Instituto de Estudios Económicos (IEE), dicen que no, que la inflación no va tan mal. Y tienen razón. Para ellos y para muchos empresarios va muy bien. Les va muy bien. No puede ser de otra manera: detrás de los precios están las empresas. Si los precios suben, los beneficios también, sobre todo si los salarios se incrementan mucho menos que los precios y se obliga a las familias a endeudarse, con lo que la demanda se mantiene. Según la Central de Balances del Banco de España, los beneficios empresariales han crecido en lo que va de año un 45%.

Para los trabajadores, sin embargo, la inflación va mal. Les va muy mal porque sus retribuciones suben bastante menos que los precios. El INE acaba de estimar que en los tres primeros trimestres del año los salarios han aumentado un 40% menos que la inflación. Los trabajadores, por lo tanto, han perdido poder adquisitivo. España va bien porque la renta nacional crece, pero ¿qué les importa ese crecimiento a los trabajadores si no participan de él ni de los incrementos de la productividad? Desde hace más de dos décadas los salarios reales se han incrementado en menor medida que la productividad, e incluso en algunos años, como en éste, su tasa ha sido negativa.

El Gobierno pretende que los sindicatos, a la hora de negociar los convenios, se olviden de la realidad, de la tasa de inflación pasada, y se fijen únicamente en una quimera, las previsiones macroeconómicas del Gobierno, ese 2% que más que una previsión parece la carta a los Reyes Magos. Así, los trabajadores continuarán perdiendo poder adquisitivo y las grandes empresas, engordando los beneficios.

Según los agudos e imparciales cálculos del IEE, vocero de la CEOE, un punto en el crecimiento de los salarios genera medio punto de disminución del empleo. Resulta conmovedora la preocupación que la CEOE muestra por el paro. Al ser inamovible el tipo de cambio, lo que de verdad daña la competitividad, y por lo tanto el crecimiento y el empleo, es que los empresarios españoles incrementen los precios por encima de lo que lo hacen sus colegas del resto de Europa, a los que, por cierto, también afecta la subida del petróleo y la depreciación del euro.