Cataluña
y el Tribunal Constitucional
La distorsión
ideológica que envuelve todo lo referente a la política territorial fuerza a
que aceptemos como normal un proceder que en cualquier otra ocasión contemplaríamos
con enorme escándalo: la presión que se está ejerciendo sobre la justicia para
que dictamine de acuerdo con determinados intereses. Me refiero a lo que viene
ocurriendo con el Tribunal Constitucional y el Estatuto de Cataluña.
Estos días se están
escuchando los mayores exabruptos por parte de los políticos catalanes. Hasta
el PSC, que no es más que la prolongación del PSOE en Cataluña, se suma a las
presiones y a los desatinos. Existe un latiguillo que repiten todos: el
Estatuto es un pacto político entre España y Cataluña, ratificado por las
Cortes y el referéndum de los catalanes.
El discurso
nacionalista se fundamenta siempre en el mismo error, en partir de lo que les
gustaría que fuera, pero que, por el momento, no es y no ha sido nunca. Consideran
a Cataluña y a España en el mismo nivel como dos naciones soberanas que se
hablan de igual a igual y que firman pactos políticos que tienen que ser
respetados. Pero la realidad es muy otra. Únicamente existe una soberanía, la
del Estado español, y Cataluña es tan sólo una parte de ese Estado, todo lo
principal y con las peculiaridades que se quiera (todas las tienen), pero nada
más que una parte. Aquí sólo hay un pacto: el constitucional que se realizó por
todos los españoles hace treinta años. La Constitución no convence por completo
a nadie, pero precisamente por eso es un pacto, porque todos hemos tenido que
ceder. Algunos, por ejemplo, preferiríamos un Estado como el francés,
republicano y sin autonomías.
Lo cierto es que
cualquier otro elemento político adquiere validez y se legitima exclusivamente
por la Constitución. La Generalitat, su presidente y el Parlamento catalán
existen por y gracias a la Constitución y, gracias a la Constitución, Cataluña
tiene un estatuto de autonomía, estatuto que precisamente por eso no puede
desbordar los límites constitucionales. Algunos pensamos que los ha desbordado
ampliamente no sólo por lo de nación y lo de la lengua –que parece que es lo
que en estos momentos se encuentra en el centro de la polémica–, sino por la
situación de privilegio económico que se consolida para Cataluña, totalmente
incompatible con el principio de igualdad que subyace en el origen de la carta
magna.
No es que la
voluntad del Tribunal Constitucional se sobreponga a la de las Cortes y a la
del Parlamento catalán. El Tribunal simplemente dictamina si, en esta ocasión,
el PSOE, el PSC, Convergencia y todos los otros partidos que han elaborado el
Estatuto no han ido demasiado lejos y han querido modificar la Constitución por
la puerta de atrás. Resulta difícil comprender cómo se atreven a hablar de
referéndum y de la voluntad de los catalanes, cuando el Estatuto apenas recibió
la aquiescencia del 35% de los que tenían derecho a votar. Más del 50% ni tan
siquiera acudió a las urnas.
Por desgracia, una
vez más, se corre el peligro de que el chantaje de los políticos catalanes
tenga éxito. Que se coaccione a los magistrados y se termine aceptando como
constitucional lo que no lo es.