De
nuevo, las pensiones
Los
comentaristas económicos y demás órganos de opinión de la economía oficial se
han rasgado las vestiduras ante la decisión de Argentina de suspender el pago
de la deuda que mantenía con el FMI. Les resulta incompresible que un país del
Tercer Mundo en condiciones económicas delicadísimas y con parte de su
población muriéndose de hambre plantee la imposibilidad de hacer frente a su
deuda internacional con las instituciones financieras. Sin embargo, contemplan
con la mayor naturalidad que los países ricos que nadan en la abundancia y con
importantes tasas de crecimiento anuales se cuestionen la inviabilidad de
responder en el futuro a sus obligaciones frente a los pensionistas, aquellos
trabajadores que a lo largo de toda su vida han cotizado al Estado, y que con
tal excusa se comience por rebajar -hablaríamos de quita en una suspensión de pagos- las pensiones actuales.
La comisión del Congreso encargada de reformar el
Pacto de Toledo ha ultimado su informe. Uno no puede por menos que echarse a
temblar cada vez que se habla de reformas o de innovaciones en esta materia.
Siempre se camina hacia lo mismo, a reducir el monto de las pensiones. Hay que
reconocer que la fiebre se ha extendido a todos los países, pero nosotros hemos
sido pioneros. Comenzamos en el año 1985 y no hemos parado desde entonces. Cada
cierto tiempo diseñamos una nueva reforma. El tema es más lacerante si tenemos
en cuenta la enorme distancia que separa la cuantía de nuestras prestaciones de
la de los demás países europeos, y cómo el porcentaje del PIB que dedicamos a
este gasto es sensiblemente inferior también en España.
Lo peor con todo son las falacias que se utilizan
para justificar medidas tan injustas. Se comienza acudiendo a las variaciones
en la estructura demográfica. El envejecimiento de la población, de producirse
(las previsiones son ambiguas y muy variantes, además de no conocerse cómo va a
afectar el factor inmigración), planteará sin duda retos importantes a la
sociedad española, que debe prepararse para afrontar; pero no sólo en el campo
de las pensiones, sino en el de sanidad o en el de los servicios sociales.
Retos que se orientan hacia modificaciones significativas en la estructura del
consumo y, por lo tanto, en la determinación de la clase de bienes a producir,
pero que de ninguna manera se traducen en una insuficiencia de la producción.
En este último orden de cosas la variable representativa es la renta per
cápita, y mientras ésta no se reduzca no existirá un problema de escasez de
recursos, y no hay razón para pensar que dicha variable, lejos de incrementarse
como en el pasado, vaya a disminuir.
El problema es claramente de distribución o de
redistribución. La renta, como es lógico, tendrá que repartirse entre activos y
pasivos, tal como hoy se hace, con la sola diferencia de que habrá de
realizarse en proporción diferente al ser diferente el número de sujetos que
compondrá cada colectivo. Ello va a representar, sin duda, una transferencia
entre generaciones, pero esto es algo habitual en el desarrollo de la sociedad.
Las nuevas generaciones van a recibir también de las anteriores un país con un
potencial económico mayor que el que en su día les fue entregado a sus padres.
Educación, cultura, tecnología, infraestructuras, comunicaciones, etcétera,
constituyen todo un capital social que incrementa de manera significativa la
productividad y permite que la renta per cápita sea más del doble que la de
hace treinta años, y que muy previsiblemente dentro de otros treinta años será
también aproximadamente el doble que la actual.
Por otra parte, los problemas que
para la economía nacional en su conjunto puede representar una población
envejecida no difieren por el hecho de que las pensiones sean públicas o
privadas. En ambos casos, la carga de producir recaerá sobre un mismo número de
activos, y será la misma parte de renta la que habrá que destinar a las clases
pasivas, en el primer caso a través de un desahorro público; en el segundo, a
través de un desahorro privado. Claro puede ocurrir que los que ofrecen como
solución los fondos privados de pensiones lo que estén pensando realmente sea
en que éstos afecten exclusivamente a una minoría y que la gran mayoría de los
jubilados queden en la más absoluta miseria. Así no hay problema.