Guerra de las monedas

Se habla de crisis mutante para describir cómo las dificultades se han ido trasladando desde su origen: un sector de crédito concreto de EEUU, el de las hipotecas subprime, hasta todo el sistema financiero mundial, para pasar más tarde a la economía real y, en estos momentos, afectar al mercado de divisas. La moneda de reserva, el dólar, cae en picado, mientras los bancos centrales del sudeste asiático pretenden impedirlo.

Nuestra extrañeza puede proceder tan sólo de habernos negado a ver la verdadera causa del problema: los desequilibrios económicos creados por un mundo globalizado. Nadie osa cuestionar la libre circulación de capitales, es tabú.

Obama, en la última reunión del G-20 en Pittsburgh, se atrevió a plantear la cuestión, digamos más bien que a insinuarla, porque lo hizo en términos tan suaves que nadie se dio por aludido. Todo quedó reducido a que los líderes mundiales acordaron trabajar conjuntamente para resolver los desequilibrios globales. Nadie quiso poner el cascabel al gato. Nadie habló de tipos de cambio. Y, sobre todo, nadie dijo cómo se iban a solucionar los desajustes. Resulta una ingenuidad pensar que los países por sí mismos se van a disciplinar para evitar unos los superávits y otros los déficits a los que tienden actualmente sus respectivas economías.

En 1980, las balanzas por cuenta corriente de todos los países se encontraban, con pequeñas diferencias, equilibradas. Desde entonces, al tiempo que se instauraba la libre circulación de capitales, los desajustes se han ido incrementando de forma considerable: China, Japón y los países del sudeste asiático han acumulado superávits cuantiosos, mientras que EEUU, Sudáfrica y Canadá incrementaban fuertemente el endeudamiento. Los primeros prestaban a los segundos para que así pudieran comprar sus mercancías, siendo estos flujos descontrolados de capitales los que han propiciado la burbuja especulativa.

Para cerrar la brecha de su balanza de pagos y reactivar su actividad económica, EEUU necesita que el dólar se deprecie frente al yuan chino, el yen japonés y las divisas de los países asiáticos. A su vez, China, Japón y el resto de países asiáticos precisan que la moneda americana no pierda valor frente a sus divisas, en primer lugar, para no perder competitividad y mantener sus exportaciones y, en segundo lugar, para que no se reduzca la cuantía de sus inversiones, que se encuentran materializadas en gran medida en dólares.

¿Y Europa? Europa se encuentra en una situación aún peor. Alemania, Suecia y Holanda presentan fuertes superávits en el sector exterior, mientras que España, Portugal, Irlanda, Italia y Reino Unido tienen abultados déficits. Dejando al margen a Suecia y Gran Bretaña que no pertenecen a la Unión Monetaria, todos los otros países tienen la misma moneda, el euro. Para equilibrar sus balanzas por cuenta corriente no pueden contar con variaciones correctoras en la paridad de sus divisas. Y que nadie piense que el problema es sólo de los países deudores; en una crisis global, antes o después, los acreedores corren la misma suerte.