Estamos
locos
Nos hemos vuelto todos locos. ¿Cómo es
posible si no que los principales países desarrollados, las orgullosas
democracias occidentales, los autoproclamados paladines de los derechos
humanos, violen las más elementales reglas de la lógica al calificar
comportamientos similares, de terrorismo asesino en unos casos, y en otros, de
justicia infinita o de libertad duradera, dependiendo de quienes sean los
ejecutores y las víctimas?
Los que nos dedicamos al estudio de la
realidad económica, estamos acostumbrados a las mayores contradicciones. De
acuerdo con los intereses, se manejan y utilizan todo tipo de falacias y
sofismas. El pensamiento único promovido desde el poder económico, político y
mediático, es capaz de hacer pasar lo negro por blanco y violentar por completo
las reglas del sentido común. Todo es cuestión de conveniencias. En el mundo
económico este trapicheo no resulta demasiado difícil: un lenguaje esotérico,
una verborrea al uso, sirve de pantalla con la que ocultar los mayores
absurdos.
Pero la situación es muy distinta cuando
abandonamos el campo económico y su, para muchos, indescifrable jerga. Entonces
debería haber una dificultad mayor en que el personal aceptase gato por
liebre. De ahí la exclamación de que nos hemos debido de volver todos
locos. ¿Cómo si no podríamos considerar como acto de justicia lo que es vil
venganza? Vil, porque ni siquiera se dirige contra los autores de la tropelía.
El supuesto pecado de los padres recae sobre los hijos, sobre los familiares,
los vecinos, los amigos, los correligionarios. Tan inocentes como los que
murieron en las Torres gemelas o en el Pentágono, son los que están siendo
masacrados por las bombas de los EEUU o mueren víctimas de la estampida de
terror que los ataques americanos ha provocado. Tan asesinos como los que
causaron la matanza de New York son los que están convirtiendo Afganistán en un
cementerio.
Nos hemos debido de volver todos locos,
porque si no, ¿cómo explicar que la totalidad de los países occidentales, muchos
de ellos con gobiernos socialistas, presten su apoyo, compresión y
colaboración, al genocidio que EEUU está llevando a cabo en Afganistán? Sin
duda nos hemos vuelto todos locos; porque para justificar nuestras acciones
homicidas estamos agrandando la figura de Bin Laden
hasta convertirlo en la personificación del mal y causa de todas nuestras
paranoias, con lo que al mismo tiempo lo convertimos también en un héroe y un
mito para gran parte del mundo Islámico.
Locos, y por mucho que se diga lo contrario,
también xenófobos, racistas. Está claro que los únicos muertos que nos importan
son los blancos cristianos y de países desarrollados. Mientras contemplamos con
la mayor indiferencia los fallecimientos que acaecen en otras partes del
planeta. Enfermos "de seguridad" somos presas de terror histérico
ante la menor amenaza que afecta a nuestro satisfecho mundo, dando a luz los
sucesos hipocondríacos más ridículos; al tiempo que contemplamos con
indiferencia las catástrofes reales de las sociedades periféricas.
Mientras nos estremecemos ante los escasos
casos de ántrax acaecidos estos días en Norteamérica, escuchamos con la mayor
indiferencia la noticia difundida por la FAO de que cada día 100.000 personas
mueren de hambre en el mundo. Y no se diga que estas últimas muertes
constituyen una fatalidad, y que los contagios americanos poseen sin embargo un
carácter criminal. No es verdad. Más bien es al contrario.
El carácter criminal de la presunta epidemia
está por demostrar, mientras que tal como afirma Jean Ziegler
relator de las Naciones Unidas para el derecho a la Alimentación, el hambre es
un crimen contra la Humanidad, un genocidio silencioso: "No se trata ni de
fatalidad, ni de ley superior o decreto de Dios es simplemente un asesinato.
Para cada víctima del hambre hay un asesino. Nos enfrentamos a una masacre
deliberada, cotidiana, que ocurre en una especie de normalidad gélida".
Porque en el planeta existen recursos suficientes para alimentar a 12.000
millones de personas, el doble de la población mundial.