El
plan que no es de Obama
La inercia es muy grande y los intereses, numerosos. Es por eso que el plan Obama se está quedando a
mitad de camino o, peor aún, se está transformando en un conglomerado de
medidas, unas adecuadas y otras que incluso pueden ser contraproducentes.
De los dos planes que Obama propone en su
operación de salvamento de la economía, el conocido como de estímulo y el
rebautizado últimamente como de estabilidad financiera, es el primero el que
está teniendo más dificultades para salir adelante, hasta el punto de que el
recién elegido presidente de EEUU ha dejado de momento aparcada su pretensión
de reclamar más fondos para el segundo, centrándose en la aprobación del
primero. Todo ello en el entendido de que los conservadores se mostrarán al fin proclives a conceder dinero para la salvación de los
bancos, mientras que son renuentes a otorgar créditos para que el Estado
intervenga en la economía.
Obama contraataca
con un discurso impecable del más puro corte keynesiano: “Es cierto que no
podemos depender sólo del Estado para crear empleos o hacer crecer la economía.
Ese tiene que ser un papel del sector privado. Pero en este momento particular
con el sector privado debilitado por la recesión, el Estado es la única entidad
con los recursos necesarios para devolver la vida a la economía”. Ahora bien,
el keynesianismo ha quedado olvidado en estos treinta últimos años y los
principios del neoliberalismo causante de la crisis dominan aún el discurso de
la mayoría de los políticos. Parece que sólo una catástrofe económica como
jamás se ha conocido será capaz de sacarles del error.
Los conservadores están dando muestras de
una gran irresponsabilidad y de no haber comprendido la dimensión de la crisis,
y por eso continúan anclados en las medidas de siempre que son las que en gran
parte han sido causantes de la recensión; medidas, eso sí, que juegan a favor
de los intereses que defienden. Obama, para lograr que su plan fuese aprobado
en el Congreso, ha tenido que introducir importantes recortes en el gasto
social y dedicar un 35% de los recursos a disminuir los impuestos. Es decir, se
da la paradoja de pretender solucionar el desaguisado ocasionado por Bush con
sus rebajas fiscales con más rebajas fiscales.
Uno de los factores que se encuentran en el
origen de esta crisis económica es la creciente desigualdad introducida en los
últimos treinta años en la distribución de la renta tanto en EEUU como en
Europa, y en buena medida han sido las reformas fiscales las responsables de
este fenómeno. Se han trasladado fondos de las personas con mayor propensión a
consumir a aquellas que ahorran una parte considerable de su renta. A las
primeras se las ha obligado a endeudarse por encima de sus posibilidades y
nadie ha garantizado que el ahorro se haya orientado en la dirección correcta.
Lo que menos se necesita en estos momentos son rebajas fiscales, que con toda
seguridad se encaminarán en mayor proporción a las rentas altas.
El plan Obama ha chocado con los
conservadores y para ser aprobado ha sido necesario pagar peaje a los ricos. ¿Qué
ocurrirá cuando, como es probable, se demuestre insuficiente y haya que tomar
medidas mucho más duras en contra de los intereses dominantes? ¿Hasta qué nivel
de deterioro económico estarán dispuestos a resistir?