El
BCE y los salarios
Los
bancos centrales, que tan celosos son en la salvaguarda de su independencia y
autonomía (léase irresponsabilidad democrática), son aficionados a entrometerse
en otras materias económicas muy alejadas de su competencia. El Banco de España
durante más de treinta años ha intentado y en gran medida ha conseguido dirigir
la política económica nacional. Se convirtió en el principal foco emisor de
pensamiento económico neoliberal, al tiempo que dejaba un triste balance en la
realización de los cometidos que le eran propios, tanto en la instrumentación
de la política monetaria, llena de errores y de rectificaciones con un alto
coste en materia de crecimiento y empleo, como en la supervisión de las
entidades financieras, del que son buena muestra las frecuentes crisis
bancarias que han restado enormes recursos al erario público y a los españoles.
Los últimos años han sido especialmente llamativos, ya que, mientras se dejaba
arder el sistema financiero, causante de la crisis que sufre la economía
española y que va a gravar a los contribuyentes con una carga cercana a los
cien mil millones de euros, las autoridades del Banco de España se preocupaban
de los salarios y de las reformas laborales.
El
Banco Central Europeo cumple fielmente este patrón. A la vez que se desentiende
de su cometido, mantener la estabilidad financiera dentro de la Eurozona, y
permite que los intereses que pagan unos países miembros sean seis veces
superiores a los de otros, se preocupa de los salarios y de las reformas
laborales; todo ello, claro está, siguiendo una orientación netamente
neoliberal y reaccionaria.
En
el informe mensual hecho público el día 9 de agosto, el BCE retorna a sus
obsesiones y demanda de los países que reduzcan los costes salariales con la
finalidad de ganar competitividad. Recomienda rebajar el salario mínimo,
relajar las leyes de protección social, conceder prioridad a la negociación
colectiva en la empresa sobre la sectorial, y abolir la indiciación
de los salarios con la inflación. Aplaude la última reforma laboral aplicada en
España. Lo raro sería que no lo hiciese cuando ha sido impuesta por esta misma
institución mediante un chantaje sin precedentes. Como cuenta Ekaizer en su último libro, ”Indecentes”, Rajoy tan solo ha
copiado casi al milímetro la famosa carta nunca hecha pública pero conocida por
todos, que, suscrita por Trichet y Fernández Ordoñez, el BCE envió al anterior
presidente, Rodríguez Zapatero, como peaje a pagar por la intervención en el
mercado comprando deuda italiana y española. Lo más grave es que se llega a
afirmar que de haberse aprobado antes se habría reducido la destrucción de
empleo.
Cuesta
imaginar que los conspicuos expertos de esa institución se crean sus propias
aseveraciones. Solo prejuicios ideológicos basados en intereses económicos
pueden explicar tales posiciones. La desregulación de los mercados de trabajo
únicamente sirve para que los empresarios ahorren dinero, puedan despedir con
mayor facilidad y el paro se incremente. Si España se sitúa a la cabeza en los
niveles de desempleo europeos se debe en gran medida a las múltiples reformas
laborales emprendidas en los treinta últimos años.
La
experiencia ha demostrado reiteradamente que en crisis de demanda como la
actual la reducción de los costes salariales lejos de crear empleo lo destruye.
Los empresarios no acometerán nuevos proyectos ni contratarán nuevos
trabajadores si no existe demanda para sus productos y servicios y, tal como ha
afirmado recientemente la OIT, la reducción salarial tendrá un efecto negativo
sobre el consumo y, por lo mismo, sobre la demanda interior, con lo que el
resultado será el contrario al pretendido.
El
BCE asume un modelo de crecimiento que no se sustenta en la demanda interna
sino en las exportaciones. Es el famoso sistema de empobrecer al vecino, consistente
no en agrandar el pastel, sino en robar una parte de él a los otros países por
el procedimiento de incrementar la productividad reduciendo los costes
laborales. Este modelo tiene el gran inconveniente de que es previsible que el
vecino reaccione con medidas similares, de modo que los efectos se anulan. El
único resultado es que los trabajadores son más pobres y la demanda interior se
deprime.
El
modelo es tanto más incongruente en cuanto que las recomendaciones se orientan
a un conjunto de países tal como hace el BCE; porque si se trata de ganar cotas
de mercado en la Eurozona, ninguno de ellos lo conseguirá si todos aplican la
misma política, el único efecto previsible será el estancamiento económico,
cuando no la recesión. Si lo que se pretende es aumentar la competitividad de
los países de la Eurozona frente al exterior, el BCE tiene en su mano un
instrumento mucho más eficaz y directo, mantener una política monetaria más
laxa que deprecie el euro frente a las otras divisas de tal manera que los productos
europeos se abaraten respecto a los de terceros países.
Porque,
además, el BCE olvida o quiere olvidar otra variable. Son los precios los que
en todo caso hacen más competitivos los productos y servicios, no los costes
laborales. La disminución de estos puede no traducirse en una reducción de la
inflación sino en un incremento del excedente empresarial, como así ha ocurrido
en España desde nuestro ingreso en la Unión Monetaria. Los costes laborales
unitarios en términos reales han evolucionado por debajo de los del resto de
países europeos. De nada ha valido, ya que los precios han seguido una
evolución inversa, con la consiguiente pérdida de competitividad, origen en
buena medida de las actuales dificultades. La situación se ha agudizado a
partir de la crisis. En estos años el incremento salarial medio en convenios ha
sido inferir al incremento del IPC. Los trabajadores, los que aun conservan su
empleo, han perdido poder adquisitivo y los empresarios se han apropiado de
todo el crecimiento de la productividad, muy alto en estos cuatro últimos años
(cercano al 3%), al ser los puestos de trabajo destruidos los de peor calidad.
El
BCE en su ofensiva contra los salarios cuenta en el interior con importantes
aliados. El sábado día 11 de agosto, un periódico de tirada nacional titulaba
en portada, a propósito del informe del BCE y como ratificación de sus
recomendaciones, “Los salarios en España han subido en la crisis más que en
Alemania”. Y en páginas interiores ofrecía datos de Eurostat
sobre la evolución de los costes laborales (incluyendo las cotizaciones a la
seguridad social) en distintos países. Según dichas cifras, los costes
laborales españoles habían crecido en los últimos cuatro años (2008-2011) un
8,9%, porcentaje superior a los de Alemania (6%), Francia (7,5%) y a la media
de la Eurozona (6,9%).
Este
análisis parte de un error de bulto. No considera la productividad, variable
muy importante teniendo en cuenta la modificación surgida en el mercado laboral
español, en el que más de cuatro millones de trabajadores se han incorporado al
paro, trabajadores que en su mayoría pertenecían a los sectores más precarios y
con peores salarios. Existe por tanto un mero efecto estadístico. Los costes
laborales, al ser una media, se incrementan sustancialmente, al igual que la
productividad, por el simple hecho de no considerar ya a estos trabajadores,
pero eso en ningún caso significa que hayan aumentado las retribuciones de los
asalariados que mantienen su empleo.
Las
cifras cambian sustancialmente si consideramos la productividad y atendemos a
los costes laborales unitarios. Estos (según el informe de primavera de 2012 de
European Economy publicado
por la Comisión) descienden en España 3,5 puntos, mientras se incrementan 6
puntos en Francia y Alemania, y 4 en la media de la Eurozona. La diferencia
sería aun mayor si considerásemos la inflación y hablásemos de costes laborales
unitarios en términos reales. Como se puede apreciar, es preciso saber
interpretar las cifras si no se desea ofrecer informaciones sectarias y
tendenciosas.
Si
los datos de costes laborales en valores absolutos facilitados por Eurostat y el citado medio no nos sirven para juzgar la
evolución de los salarios, sí son útiles para hacernos una idea del nivel en el
que se mueven las retribuciones de los trabajadores en los distintos países.
Así, si el coste laboral por hora trabajada en España es de 20,6 euros; en
Noruega, Bélgica, Suecia y Dinamarca ronda los 40; en Francia, 34,2; en
Alemania, 30; en Italia, 27, y la media de la zona euro se sitúa en 27,6.
España se encuentra tan solo por encima de Grecia, Portugal y los antiguos
países del Este.
Dos
cuestiones surgen ante estas estadísticas. La primera es saber hasta qué nivel
quieren el BCE y sus seguidores que desciendan los salarios de los trabajadores
españoles. ¿Hasta el de Bulgaria? La segunda cuestión radica en que si la
economía española no es competitiva, no parece que la culpa sea de los
salarios. Otras serán las causas, tal vez entre ellas estén los incrementos del
excedente empresarial, bastante mayores que los de los otros países.