Los Sindicatos
y Europa
El
pasado 29 de septiembre, los sindicatos europeos convocaron manifestaciones y
huelgas en toda Europa. Es lógico que estén alarmados ante la general ofensiva
tendente a desmontar los derechos sociales y laborales, y en la que se incluye
el debilitamiento de los propios sindicatos. Fue una jornada de protesta y de
toma de conciencia de la involución que se está produciendo. Pero debería haber
sido algo más. Se tendría que haber aprovechado para analizar las causas
últimas de este proceso y la parte de responsabilidad que les cabe a las
propias organizaciones sindicales.
Cuando
se aceptan determinadas premisas, es difícil después oponerse a las
conclusiones. El error de los sindicatos europeos –y en mayor medida el de los
partidos socialdemócratas– es haber refrendado la
construcción de la Unión
Europea bajo un diseño neoliberal. La libre circulación de
capitales, sin que antes se haya implantado al menos la armonización en materia
fiscal, social y laboral, conduce al dumping entre los países y a que la
competitividad de las economías se fundamente en la reducción de salarios, en
el empeoramiento de las condiciones laborales y en el desmantelamiento de toda
arquitectura fiscal progresiva con lo que las prestaciones sociales por fuerza
se van deteriorando.
Tal
como se ha construido, la
Unión Monetaria lleva de forma indefectible a que los ajustes
en las crisis recaigan forzosamente sobre los trabajadores y sobre las clases
más desfavorecidas. Con una moneda única, los desequilibrios en las balanzas de
pagos originados en los países miembros no pueden ajustarse por un
realineamiento de los tipos de cambio. El único ajuste posible, en ausencia de
los mecanismos de compensación adecuados, se sitúa en el campo de la economía
real mediante la recesión y el paro. Los países deficitarios se encuentran
inermes ante los movimientos especulativos del capital, ya que se les ha
privado de cualquier mecanismo de control de cambios, de moneda propia con la
que poder componer la relación real de intercambio y sin un banco central que
les respalde. Será difícil que consigan librarse de las presiones de los
llamados mercados, cuyas pretensiones son bien conocidas. Estos polvos derivan
de aquellos lodos. Y todos los que no queramos el retorno al capitalismo
salvaje del siglo XIX haremos bien en empezar a oponernos a los presupuestos
que lo causaron.