Hagamos
una reforma laboral
Arrimar el ascua a su sardina, eso es lo que
hacen los empresarios a propósito de la crisis. Les acompaña un nutrido coro de
políticos, técnicos y medios de comunicación social, empeñados todos ellos en introducir
aún más flexibilidad en el mercado de trabajo. Proponen que con el fin de
reducir la tasa de paro, se abarate el despido. Esto es, pretenden apagar el
fuego con gasolina, porque la demostración más evidente de la enorme
desregulación del mercado laboral español es la gran velocidad con que las
dificultades económicas se han traducido en destrucción de puestos de trabajo.
Y no podía ser de otra forma en una economía que tiene un tercio de la mano de
obra con contratos temporales.
En 1979, los agentes sociales y los partidos
políticos consensuaron el Estatuto de los trabajadores, pero parece ser que los
pactos son para no cumplirlos y casi de inmediato surgió una ofensiva para
flexibilizar, afirmaban, las relaciones laborales que consistía
tan solo en reducir los derechos de los trabajadores. Una tras otra, se
sucedieron cuatro reformas laborales (1984, 1994, 1997 y 2002), yo diría
contrarreformas, que han configurado el mercado de trabajo que tenemos.
Ahora, los mismos que abogaron y
consiguieron introducir más y más clases y tipos de contratos temporales son
los que hablan de un mercado dual y se proclaman paladines de los contratados
temporales, ya que, según dicen, los sindicatos no los defienden. Bien es
verdad que tienen una forma muy ingeniosa de solucionar la dualidad,
convirtiendo a todos los trabajadores en precarios, porque el nuevo contrato
que proponen más que fijo es discrecional a voluntad del empresario y
prácticamente sin indemnización. Lo que pretenden en el fondo es evitar la tutela
judicial y poder despedir a su capricho. Sustituir el derecho laboral, que
tiene un carácter tuitivo, por el derecho mercantil ─la pura voluntad de
las partes─ en el que el
trabajador siempre lleva las de perder, porque se encuentra en una situación de
indefensión frente a la empresa. En definitiva, retornar a las relaciones
laborales del siglo XIX.
¿Por qué la izquierda y los sindicatos están
siempre a la defensiva?. La mejor defensa es un buen
ataque. ¿Por qué no propugnar una reforma laboral, pero en el sentido contrario
del que se está planteando?. Si se quiere reducir el
número de contratos temporales, el único camino adecuado es hacer desaparecer
las múltiples facilidades que en los momentos actuales tienen las empresas para
formalizar este tipo de contratación y dejarlo limitado a lo que siempre
debería haber sido: para aquellos casos en los que la actividad a desarrollar
tiene un carácter temporal. ¿Que la indemnización de cuarenta y cinco días por
año que se establece para el despido improcedente es muy elevada?. De acuerdo, eliminemos el despido improcedente, aquel que
un juez ha dictaminado carente de causa, ni disciplinaria ni económica ni
tecnológica, es decir, el que obedece al capricho del empresario. Permitamos
sólo los despidos procedentes cuya indemnización, la más alta, es de veinte
días por año.