La
unión europea en la génesis del Plan Ibarretxe
Entre los muchos falsos argumentos
utilizados para recomendar el sí en el próximo referéndum se encuentra la
peregrina idea de que esta Constitución europea impide cualquier veleidad
secesionista de las regiones o autonomías. Cuando se reflexiona con profundidad
sobre el tema, la conclusión es más bien la contraria.
El director de uno de los principales
periódicos nacionales en una de sus homilías dominicales pretendía señalar a
propósito del plan Ibarretxe la incongruencia de los nacionalistas, que ansían
por una parte la independencia política, pero ambicionan por otra continuar con
los mismos lazos económicos. El artículo - que advierte que, de llevarse a cabo
la escisión, habría que poner fronteras en Cantabria, Navarra, Burgos y la
Rioja y establecer para los productos vascos aranceles elevados en el resto de
España- tendría sin duda su lógica de haberse escrito hace treinta años, pero presenta
por desgracia enormes agujeros en la España de la Unión Europea, del libre
cambio y la libre circulación de capitales.
Hace treinta años, tanto en España como en
cualquier otro Estado, la integración económica implicaba integración política
y viceversa. Las empresas sabían que para gozar plenamente y sin restricciones
de los mercados debían establecerse dentro de las fronteras de los Estados
correspondientes y someterse a sus normas e imperativos. Las regiones ricas
tenían que financiar a las pobres porque su riqueza estaba de alguna manera
generada y propiciada por la posibilidad de vender sus productos y prestar
servicios en éstas. Se repetía a escala territorial el mismo fenómeno que se
daba en el orden personal. Nadie era rico porque sí. Las riquezas y los
beneficios se obtenían en la sociedad y por consiguiente era lógico que la
sociedad participase en ellos a través de los impuestos. El divorcio político
conllevaba también el divorcio económico y, por lo tanto, cualquier
secesionismo implicaba costes muy elevados, en especial para la región que se
separaba. En 1978 el artículo citado habría tenido pleno sentido y seguramente,
cualquier planteamiento independentista hubiera sido inviable y apenas hubiese
contado con apoyos serios. Cosa muy distinta se produce en la actualidad.
La doctrina del laissez faire laissez passer hoy imperante, divorcia la política de la
economía. El Tratado, llamado constitucional, que el próximo domingo vamos a
votar consolida entre veinticinco países, por ahora, una integración comercial
y financiera, sin que se produzca la mínima unidad en materia política. Cada
Estado conserva sus presupuestos y sus finanzas. No existe una política fiscal
común, ni una legislación laboral, ni una seguridad social europea. Los mercados
permanecen abiertos para las empresas de todos los países, pero los estados
ricos racanean hasta extremos inauditos a la hora de financiar a los de rentas
más reducidas. Si Alemania, Francia, Dinamarca u Holanda no quieren financiar a
los andaluces o extremeños, ¿por qué lo van hacer los catalanes o los vascos,
si las empresas de aquellos países tienen acceso a los mercados de toda España
en las mismas condiciones que las catalanas o las vascas? Y si en Europa
existen paraísos fiscales y países cuya tributación es extremadamente reducida,
¿por qué el País Vasco no va a poder reducir el gravamen a sus empresas? Si el
divorcio político no implica la desintegración comercial y financiera - y sin
duda no la implica, con tal de estar integrado en la Unión Europea- , la
secesión es posible. La Unión Europea, lejos de ser un obstáculo al plan
Ibarretxe, lo posibilita y lo alienta.
En lo único que el citado artículo tiene
razón es que Ibarretxe engaña a los vascos; si no a todos, sí a la mayoría de
ellos, a los trabajadores. Pero es el mismo engaño de aquellos que nos quieren
hacer creer que el actual proyecto europeo es una fuente de bendiciones para
todos los ciudadanos. Para el capital sí, sin duda, pero no para los
trabajadores. Mercados comerciales y financieros integrados, progresivamente
más grandes, y Estados cada vez más pequeños conducen tan sólo al paraíso del
neoliberalismo económico e imposibilitan la aplicación de los principios del
Estado social. El PNV, un partido conservador y de derechas, es tal vez consecuente
al inclinarse tanto por la secesión política de Euskadi como por el sí a la
Constitución europea. Esquerra Republicana y Esker Batua,
que se autotitulan de izquierdas, son congruentes al
pedir el no en este referéndum, pero totalmente contradictorios cuando apuestan
por la desintegración del Estado español.