Europa se
equivoca de nuevo
Dice
el antiguo adagio griego que aquel a quien los dioses quieren destruir, primero
lo vuelven loco. Según esto, parece que los dioses se han puesto en contra de
los pueblos europeos y conspiran para arruinarlos, ya que sus dirigentes han
enloquecido. Buena muestra de ello es la última cumbre celebrada en Bruselas.
Cuando el estancamiento, si no la recesión, se asoma a la economía de Europa
los gobiernos por toda solución se confabulan para endurecer los ajustes y
cerrar cualquier salida que no pase por el déficit cero.
La
locura, la hybris, ha estado presente, al menos desde
el Acta Única en todo el proyecto europeo. Sus dirigentes han intentado lograr
lo imposible, al tiempo que trufaban de ideología neoliberal toda la teoría
económica. En su soberbia, descalificaron las advertencias que venían del otro
lado del Atlántico atribuyéndolas al miedo que causaba en EE UU una moneda
europea capaz de competir con el dólar, y acallaron y despreciaron por todos
los medios a su alcance las pocas voces que nos manifestamos contrarias en el
interior, colocándolas en el saco de lo políticamente incorrecto, a pesar de que
los razonamientos económicos más elementales indicaban que una unión monetaria
sin unión política y fiscal a medio plazo estallaría llena de contradicciones.
En
Maastricht y en todo el recorrido posterior se fijaron como objetivo, con el
fin de construir
Llevados
por el odio hacia lo público, en el mal llamado Pacto de Estabilidad y
Crecimiento, atendieron únicamente al déficit y a la deuda pública, y no
quisieron considerar que la variable importante –tal como entonces algunos ya
dijimos- es el saldo de la balanza por cuenta corriente. Es el déficit y el
endeudamiento exterior los que son
peligrosos, bien tengan un origen público o privado.
Al
crear en 1944 en Bretton Woods el sistema monetario
internacional (sistema de tipos de cambio fijos), no tuvieron ninguna duda de
que era el déficit de la balanza de pagos la variable relevante a efectos de
mantener equilibrado el sistema. Keynes, con buen criterio, fue más allá y
defendió que no fuesen únicamente los países deficitarios los obligados a las
correcciones sino también todos aquellos que presentaban superávit, lo que sin
embargo no fue aceptado por EE UU, país entonces con fuerte superávit en su
balanza de pagos, pero que sí constituye un claro requerimiento a
Hoy,
tímidamente, hay quien se atreve, incluso en las más altas instancias de los
organismos comunitarios, a sugerir que el factor desestabilizador es el déficit
de la balanza por cuenta corriente, aunque tales planteamientos, tal como se ha
visto, no han tenido ninguna plasmación en la última cumbre en la que los
mandatarios europeos continúan poseídos por la locura y, pese a la crítica
situación en que se encuentra la eurozona, siguen impertérritos pendientes
exclusivamente de la estabilidad presupuestaria, colocando más y más corsés a
los países. Tal comportamiento solo puede producir un resultado: estrangular
las economías. Y así lo están reconociendo los mercados.
La
pasada reunión de jefes de Estado y de Gobierno se ha presentado como una
ocasión decisiva en la que se jugaba el ser o no ser de la eurozona, y a pesar
del triunfalismo con el que todos los gobiernos han revestido sus conclusiones,
lo cierto es que no se ha dado ni un solo paso en la buena dirección, ni
siquiera se acordó aquello que parecía más urgente y más inmediato y que podía
calmar a los mercados, el anuncio de que el BCE estaba dispuesto a comprar toda
la deuda soberana necesaria para equilibrar los tipos de interés.
Las
medidas acordadas empeorarán aún más la situación de la economía y van a
incrementar las contradicciones de