El
euro, un inmenso error
En
España fuimos muy pocos los que criticamos la Unión Monetaria (UM). Sin
embargo, el asunto estaba bastante claro y sólo un cierto papanatismo
europeísta y los numerosos intereses en juego pudieron ocultar las contradicciones
y los peligros del proyecto. Bastaba considerar la evolución de las divisas que
iban a conformar la nueva moneda para constatar cómo las paridades se habían
ido modificando con los años. Pretender mantener fijo indefinidamente un tipo
de cambio sin que se produjesen graves desequilibrios y enormes dificultades
constituía una utopía.
El
caso de España es sintomático. Tradicionalmente, la inflación en nuestro país
ha sido superior a la media europea, con lo que el déficit exterior ha constituido
siempre un factor de estrangulamiento del desarrollo, que obligaba a
devaluaciones periódicas, única forma de restaurar el equilibrio en la balanza
de pagos. Por si quedaba alguna duda, la pretensión de mantener fijo el tipo de
cambio en el Sistema Monetario Económico (SME) devino a principios de los
noventa en un estrepitoso fracaso. El déficit exterior por cuenta corriente
alcanzó un nivel que entonces parecía desproporcionado (3% del PIB). Cuatro
devaluaciones sirvieron para ponernos en nuestro sitio.
La
creencia de que la UM haría que convergiesen las tasas de inflación carecía de
toda lógica. En esta década, la economía española ha presentado año tras año
incrementos de precios muy superiores a la media de la zona euro, con lo que la
competitividad de nuestro país ha ido deteriorándose, sobre todo, cuando a su
vez el euro se apreciaba con respecto al dólar. La consecuencia era previsible:
un enorme desequilibrio en la balanza de pagos (10% del PIB), que ha conducido
a un endeudamiento exterior difícilmente soportable a medio plazo. Mientras la
economía internacional se ha movido en el auge y la euforia, ha sido posible la
financiación en el extranjero y que se inflase artificialmente la economía
española, creando una falsa imagen de bonanza mediante unas tasas de
crecimiento basadas en buena medida en la especulación y el empleo basura.
Pero,
tan pronto como aparecieron los problemas en los mercados financieros, el
ensueño se disipó, colocándonos ante una difícil encrucijada. Ya no es posible
devaluar; la moneda única lo impide. La única alternativa es la deflación y una
larga depresión, tanto más larga cuanto extenso ha sido el periodo del
espejismo económico.
Fue
este pronóstico el que nos condujo a algunos a enjuiciar negativamente la UM.
Cuando no es posible en el ámbito monetario, el ajuste se traslada al real con
recesión y paro. Lo más grave radica en que unos son los que obtienen las
ganancias en la época de auge y otros muy distintos los que soportan los costes
de la depresión. Habrá quien diga que en el momento actual los problemas serían
mucho mayores si no hubiéramos estado en la UM. Pero es que entonces nunca
hubiéramos llegado a esta situación, la devaluación se hubiera producido mucho
antes y la burbuja jamás hubiera adquirido la dimensión que ha alcanzado.