Interrogantes de la investidura

La repetición continua de ciertos hechos hace que se tengan por normales actuaciones que en absoluto lo son, y que, en puridad, deberían resultar insólitas y provocar extrañeza. Por el contrario, la ausencia permanente de otras hace que nos sorprendan hechos que deberían pertenecer al ámbito de lo corriente. Sería positivo someter de vez en cuando la realidad a un análisis reflejo y no quedarnos en la primera impresión, por muy natural que nos parezca.

Siguiendo esta línea de actuación, podríamos ahondar en el debate de investidura y plantearnos al menos algunos interrogantes.

Primero.- Casi todos los medios y comentaristas han resaltado que el presidente del Ejecutivo en funciones empleó a lo largo de su intervención en múltiples ocasiones la palabra España. ¿Existe en esto algún motivo para la extrañeza? ¿Acaso no es lógico que en el discurso de investidura de un presidente de Gobierno se haga referencia frecuentemente a la nación o al Estado que se va a dirigir? ¿A alguien le sorprendería que Sarkozy en un acto similar empleara la palabra Francia varias veces?

Segundo.- Si un extranjero, con desconocimiento de la realidad política de nuestro país, hubiese tenido el humor de escuchar o leer todo el debate de investidura habría pensado que España estaba compuesta exclusivamente por Cataluña y el País Vasco. Se quedaría en extremo sorprendido si alguien le dijera que estas Comunidades son tan solo dos de las diecisiete existentes, cuya superficie no llega ni al ocho por ciento del total y su población, escasamente al veinte por ciento. Su sorpresa iría en aumento cuando se enterase además de que son dos de las Autonomías con mayor renta.

A lo largo de todo el debate pareció que solo éstas tuvieran problemas, ocupando más de la mitad del tiempo. Las otras Comunidades no fueron tan siquiera mencionadas: ni Andalucía ni Extremadura ni Castilla-La Mancha ni Castilla y León ni Valencia tienen, por lo visto, dificultad alguna. Los problemas de Cataluña y del País Vasco tuvieron también más relevancia (al menos temporal) que cualquiera de los temas generales. Ni la economía ―y eso que estamos en presencia de una alarmante crisis― ni la inmigración ni la educación ni la política social, ni siquiera el terrorismo, lograron acaparar más atención de la dispensada a los asuntos de Euskadi y de Cataluña.

La sorpresa del visitante extranjero no tiene su correlato en la sociedad española. Nosotros, por desgracia, estamos acostumbrados a este fenómeno. Tenemos una explicación: solo estas Comunidades cuentan con grupos parlamentarios minoritarios que prescinden de todo planteamiento general y subordinan cualquier ideología a la obtención de prebendas y ventajas para sus respectivas Autonomías. Pero que conozcamos sus razones, en manera alguna puede justificar que lo consideremos natural y lícito. Algo falla cuando la problemática política y el debate están tan sesgados. Algo falla cuando contemplamos con suma naturalidad que uno de los principales líderes catalanes lo primero que comente sobre el nuevo Gobierno sea que los ministros catalanes nombrados, dadas sus carteras, poco podrán beneficiar a Cataluña. Lo demás apenas interesa.

Tercero.- El candidato, a lo largo de su discurso y posteriores intervenciones, puso mucho énfasis en la política social. Casi todos los comentaristas insistieron en ello. No encontraron nada extraño. Pero deberíamos preguntarnos si es posible realizar una política social con un proceso regresivo en materia fiscal, en el que se promete hacer desaparecer el Impuesto de Patrimonio, desactivar el Impuesto de Sucesiones y en el que el Impuesto sobre la Renta ha dejado de ser tal para convertirse en un impuesto de productos. Los ingresos tributan de forma desigual dependiendo de cuál es su origen, beneficiando a los de capital y penalizando a los del trabajo. La capacidad redistributiva de los gastos sociales es muy limitada si no se completa con un sistema fiscal decididamente progresivo, a lo que parece que se ha renunciado por completo.