Aquí
hay tomate
Anda el Gobierno revuelto con el aumento del precio
de los alimentos frescos. Se han dado cuenta ahora de que los tomates y otras
pitanzas se encuentran desbocados. Sube que te sube los precios. Y los expertos
frecuentan los medios de comunicación social filosofando sobre qué hay detrás
de los precios, es decir, cómo se forman. No falta quien, citando a algún santo
padre de la economía, recuerde el ejemplo de las tijeras: para cortar se
precisa de las dos hojas. Ninguna por sí sola es efectiva. En lo relativo a los
precios, la oferta y la demanda.
Claro que eso es en teoría, y eso es lo malo de los
economistas, que siempre hablan en teoría, haciendo análisis sobre mercados
perfectos que casi nunca se dan en la realidad. Es verdad que los libros de
texto suelen estudiar el monopolio, los oligopolios y otras prácticas
restrictivas de la competencia, pero los consideran la excepción, y se olvidan
de ellos tan pronto como tienen ocasión, para seguir especulando sobre la libre
competencia. Resulta, sin embargo, que ahora la excepción constituye la regla.
En ese
carnaval del despropósito en el que se ha transformado la economía se predica
la libertad de precios, y de forma simplona se llega a identificarla con la
ausencia de intervención estatal. Pero son precisamente la concentración de la
oferta y la carencia de un poder arbitral como el del sector público las que
convierten en cautivos a muchos mercados. La libertad de precios implica
únicamente que los empresarios pueden fijarlos al nivel que deseen, es decir,
por las nubes.
Ante el
descontrol de los precios alimentarios no han faltado voces que o bien
responsabilizan del desaguisado a las condiciones climáticas del verano o a la
política agraria comunitaria. Ni lo uno ni lo otro. La ola de calor ha podido
influir recientemente restringiendo la oferta de algunos productos, pero el
problema viene de bastante más atrás. A mediados del año pasado ya se habían
detectado presiones inflacionistas e incluso se había dado ya la voz de alarma
desde el Gobierno. En cuanto a la PAC, sean cuales sean los defectos que
abrigue y el juicio que nos merezca, no hay por qué mezclarla en este asunto,
cuando el tomate español y otros productos alimenticios después de recorrer
media Europa se puede comprar en Alemania a la mitad de precio que en España.
Basta
comparar el precio pagado a los agricultores con el que se cobra a los
consumidores para percatarnos de dónde se encuentra principalmente el problema:
en los intermediarios y en los canales de comercialización. La falta de
competencia en el sector de la distribución es un tema ya viejo, que la
concentración progresiva en grandes cadenas no está haciendo más que empeorar. Si en los años ochenta el pequeño
comercio representaba el 50% del mercado, en los momentos actuales ese
porcentaje se sitúa alrededor del 30. Tres grandes cadenas (Carrefour, Mercadona y Eroski) controlan más
del 45% y si añadimos las cinco siguientes el porcentaje alcanza el 70%. Según
el propio Banco de España, la estrategia de los hiper y de los grandes supermercados es clara. En una primera fase,
luchan por apoderarse del mercado con márgenes reducidos pero, tan pronto como
se han expansionado, disparan éstos para obtener mayores beneficios.
Batallas como la de la libertad de
horarios no son baladíes. La muerte del pequeño comercio conduce a una excesiva
concentración que restringe la competencia y a la fijación abusiva de los
precios. Algunos discursos resultan ridículos por lo ingenuos. He oído
sentenciar a un conspicuo liberal que la liberalización del mercado no tiene
por qué significar una reducción de precios. Por supuesto, porque lo que él
llama liberalizar es más bien entregar los mercados a las grandes empresas.