Planteamientos
ante la cumbre
Tras muchos días de expectación, hoy se reúne en
Washington el G-20. ¿Qué se espera de la reunión? Con el realismo que
proporcionan los bastantes años de vida y casi los mismos de actividad
profesional en el campo de la economía, Solbes manifestó el otro día en Onda
Cero: “Uno no entra a desayunar por la mañana a las 8 un café con leche y
churros y por la noche está refundado el capitalismo, eso no funciona así”. Pero,
¿alguien quiere de verdad refundar el capitalismo? Aparte de un slogan del que
se han servido los mandatarios internacionales para reforzar su imagen pública,
poco más quiere decir.
Para refundar el capitalismo no hay que descubrir el
Mediterráneo, únicamente retornar a los principios sobre los que se asentaba la
economía treinta años atrás, abjurar, en suma, de los postulados neoliberales
que, como un gusano, se han ido infiltrando en discursos e instituciones. Se
trata de que los Estados retomen las funciones y competencias de las que nunca
debieron abdicar. Ante la magnitud de la crisis económica, hoy hay muchos que
reniegan del fundamentalismo del mercado, pero existe sospecha fundada de que,
tras el nuevo discurso, se esconde tan solo la excusa con la que justificar los
chorros de dinero público que se están vertiendo sobre bancos y empresas. Todos
hemos sido neoliberales y me temo que seguiremos siéndolo.
Son dos los planteamientos que se pueden hacer de la
cumbre, ciertamente con objetivos distintos. El primero, sería reconocer los
errores pasados y colocar los cimientos para reconstruir lo derribado a lo
largo de estos treinta años. El segundo, consiste solo en poner algunos parches
con los que salir de esta crisis para volver a las andadas; es decir, lograr
que el sector público tapone los agujeros creados por el sector privado y que,
de esta manera, dentro de dos o tres años empiece a funcionar de nuevo el
festival de enriquecimientos especulativos hasta una nueva crisis en la que,
también de nuevo, se cargue el coste de la “juerga” sobre los contribuyentes.
Me temo que, tras la verborrea imperante, sea el
segundo de los objetivos el perseguido. Solo así se explica que se acuda a las
recetas de siempre, o mejor, a las recetas que han estado en auge en esta etapa
de oscurantismo. El primer ministro Brown pasa por ser el adalid de la nueva
era y, sin embargo, la medida más importante con la que acude a la cumbre
radica en que, de manera coordinada, los Estados bajen los impuestos a las
empresas. Más de lo mismo y con los mismos argumentos: que este coste se
compensaría con ahorro en el seguro de desempleo (teoría de la oferta). Por
mucho dinero que reciban las empresas, seguirán cerrando si no tienen demanda.
Más acertada está, sin duda, la propuesta que, según
dicen, baraja nuestro presidente, pero también se queda a mitad de camino. No
solo es el sistema financiero el que precisa de regulación sino todos los
mercados, y colocar de policía al FMI cuando ha sido el paladín del
neoliberalismo es situar al zorro al cuidado del gallinero. Mientras las
agencias de calificación sean privadas, qué seguridad financiera va a haber, y,
en un mundo en el que se permite la libertad absoluta de circulación de
capitales, cómo evitar los paraísos fiscales, más bien lo que puede suceder es
que todos los países terminen por ser paraísos, fiscales y no fiscales, para el
capital.