El triunfo demócrata

La victoria de los demócratas en EEUU ha sido saludada en todo el mundo como un triunfo propio. El varapalo infligido a Bush se ha recibido con manifestaciones de júbilo y alegría. Más vale tarde que nunca, ha podido pensar alguno. Y es que durante seis años largos el pueblo americano –como es lógico, con algunas excepciones– ha sido testigo mudo y complaciente de las atrocidades que su gobierno cometía en el otro extremo del planeta. Incluso hace tan sólo dos años volvieron a elegir a Bush como presidente del país, convirtiéndose, se quiera o no, en cómplices de los crímenes cometidos.

Desde entonces las cosas han cambiado mucho, pero ¿en qué ha consistido ese cambio en realidad? Desde luego, no en los asesinatos y excesos perpetrados por el ejército americano. Existen desde el primer día, como casi desde el primer día han existido Guantánamo y las violaciones de derechos humanos. Lo único nuevo quizás es la percepción por la opinión pública de que Irak se ha convertido en una ratonera para las fuerzas ocupantes. Se empieza a vislumbrar la inutilidad de la masacre y lo estéril del sacrificio de tres mil soldados norteamericanos muertos, sin que, al mismo tiempo, se sepa muy bien cómo poner fin a la aventura.

Bertrand Russell sostiene que no fue la existencia en abstracto de la esclavitud en el Sur el origen de la guerra civil, sino que su causa más inmediata estuvo en la ley de esclavos fugitivos que obligaba a los habitantes de los Estados del Norte a colaborar en la detención de los negros escapados del Sur y a soportar un castigo de mil dólares de multa y más de seis meses de prisión a todo aquel que fuese acusado de ayudar a un esclavo huido. El sentimiento abolicionista era aún excepcional entre los habitantes del Norte, pero les resultaba intolerable que se castigase a respetables ciudadanos por el único delito de ayudar a infortunados negros a escapar de la esclavitud. Muchos de los que no se habrían conmovido con abstractos argumentos abolicionistas mientras los esclavos estuviesen en el Sur, se sentían impelidos a ayudar a un negro de carne y hueso que con su desgracia se presentaba ante sus ojos.

La guerra de Afganistán primero, y después la de Irak y sus desastrosos efectos colaterales no despertaban ninguna crítica en la mayoría de los ciudadanos americanos cuando se mantenían a muchos kilómetros de distancia. Pero la opinión pública ha ido cambiando según el conflicto se ha hecho más presente en la sociedad; presente a través del constante goteo de soldados muertos; presente mediante la sospecha de que, lejos de disminuir, la amenaza terrorista ha aumentado; presente ante el dilema que se le plantea a EEUU al no ver una salida airosa a corto plazo. Me temo que lo que aparentemente se castiga es el error, no el crimen, y que otra habría sido la reacción social si la contienda hubiese terminado rápidamente y con la victoria relámpago de las fuerzas americanas, aun cuando en esa ofensiva se hubiesen cometido la misma clase de abusos y atrocidades.

Tampoco estoy seguro de que el triunfo del partido demócrata obedezca a un cambio de opinión de toda la sociedad americana. Un dato que no se resalta con la importancia que se debe es el hecho de que la participación electoral ha sido del 40%. Es decir, bastante más de la mitad de la población no se ha manifestado. Y, según dicen, en esta consulta electoral la concurrencia a las urnas ha sido bastante elevada en comparación con otros comicios, lo que plantea una profunda duda sobre el carácter democrático del sistema político americano en el que la mayoría de la población renuncia a participar por desconfiar de su eficacia y coherencia. Claro que, puestos a dudar, no estaría de más que dirigiésemos la atención dentro de nuestras fronteras. Algo debe significar también la elevada abstención con la que se aprobó el Estatuto catalán y la que se produjo en las últimas elecciones autonómicas de Cataluña.

Parece ser que el triunfo demócrata se debe en esta ocasión, en gran medida, a los jóvenes, cuyo porcentaje de participación ha sido más elevado que otras veces y que en su gran mayoría han votado demócrata. Es posible que la guerra de Irak haya movilizado –con la intención de castigar a Bush– un electorado habitualmente abstencionista. Algo parecido ocurrió en España el 14 de marzo del 2004.

Tampoco estoy convencido de que la victoria de los demócratas vaya a significar un cambio sustancial en la política americana y mucho menos en su estrategia internacional, más concretamente en lo que hace referencia al Próximo Oriente. No sólo porque, según la distribución de competencias políticas, la exterior esté encomendada al presidente de EEUU, sino también y principalmente porque no parece que los demócratas tengan una teoría precisa y homogénea en esta materia. No se puede olvidar que casi la totalidad de ellos apoyaron la guerra de Irak. El motivo fundamental de desconfianza radica en que todos los conflictos en esta zona tienen en buena medida una raíz común: el genocidio que Israel está cometiendo con los palestinos, y me temo que referente a ello la postura de los demócratas no difiera mucho de la de los republicanos.