Algunas verdades contra el euro

       Son tantos los tópicos que se manejan en referencia a la Unión Monetaria (UM) y tan extensa y profunda la intoxicación reinante en esta materia que resulta muy conveniente recordar, aunque sea de manera simplificada, algunas verdades básicas sobre ella:

1)    La UM, en contra de lo que nos aseguraban sus apologistas, no garantiza la convergencia en las tasas de inflación de los distintos países. Desde la constitución de la UM en 1999 hasta 2008, los precios se incrementaron en la Eurozona como media un 22%, pero siguieron en los distintos países miembros una tendencia desigual. Mientras que en Alemania crecían un 17,42%, en España, Grecia, Irlanda y Portugal lo hicieron en un 34,28%, 35,55%, 35,72%, 30,33%, respectivamente. Es decir, los precios de los productos españoles se encarecieron con respecto a los alemanes en un 17%.

2)    La imposibilidad de devaluar la moneda, y dada la diferente evolución de los precios, hizo que unos países, los del Sur, perdieran competitividad, mientras que los del Norte la ganaban. Los primeros fueron incrementando progresivamente su déficit exterior y los segundos, su superávit. En 2008 el déficit de la balanza por cuenta corriente de España se situó en el 10% del PIB. Alemania, por el contrario, presentó un superávit del 6%.

3)    El crecimiento económico de Alemania se ha fundamentado en sus exportaciones. Hasta el inicio de la crisis España, Grecia, Portugal, etc.  lograron crecer gracias a endeudarse en el exterior. Alemania les prestaba el dinero para que comprasen sus productos. La economía germana (a través de sus bancos) logró colocar el dinero proveniente del excedente de su balanza de pagos en las hipotecas subprime norteamericanas, y en préstamos a los bancos de los países del sur de la Eurozona.

4)    La crisis en los países del Sur no se origina por una expansión desenfrenada del gasto público, ni por un déficit y un endeudamiento públicos excesivos. El porcentaje del PIB que absorbe el gasto público de estos países es de los más bajos de toda la Eurozona, y las cuentas públicas españolas, por ejemplo, terminaban 2007 con un superávit del 1,9% del PIB y un stock de deuda pública de un 36% del PIB, casi la mitad que Alemania (66,7%).

5)    La crisis se desencadena cuando los bancos europeos, principalmente del Norte, alarmados porque una parte muy importante de su activo se ha convertido en papel basura (hipotecas subprime, etc.) se preguntan si el enorme volumen de créditos concedidos a los bancos griegos, españoles, irlandeses, portugueses, italianos, no correrá la misma suerte. Los préstamos se interrumpen y el mercado interbancario casi deja de funcionar.

6)    El déficit en la balanza de pagos que ya no pueden financiar y la necesidad de refinanciar las deudas precedentes hunden a los países del Sur en el estancamiento y la recesión.

7)    La UM constituye una enorme trampa para los países deudores que se han hipotecado en una moneda, el euro que, si en teoría es la suya, en la práctica no la controlan, puesto que su emisión y control se ha entregado a un organismo, el Banco Central Europeo, independiente políticamente y por lo tanto democráticamente irresponsable.

8)    Las políticas que el BCE y los países acreedores (sobre todo Alemania) imponen a los países deudores, lejos de conducirles a la recuperación, les empujan más y más por la senda del desempleo y la recesión. Además, tienen por único objetivo el reembolso de los créditos a los bancos del Norte, aun a costa de someter a las poblaciones a toda clase de sacrificios.

9)    La UM tampoco logra, tal como pronosticaban sus defensores, la convergencia en los tipos de interés. Los países del Sur pagan intereses dos, tres o diez veces superiores que Alemania u Holanda, lo que crea una situación incompatible con el mercado único y la misma UM.

10)  A corto plazo, los grandes beneficiarios de la UM son los países acreedores, especialmente Alemania. A largo plazo, sin embargo, es posible que todos salgamos perjudicados.

11)  La imposibilidad de devaluar la moneda (corrección en el orden monetario) traslada el ajuste al campo real de la economía en forma de recesión y paro. Los gobiernos de los países deudores plantean como única alternativa lo que llaman la “deflación competitiva”, es decir, la contracción de los salarios. A este objetivo van encaminadas muchas de las medidas recomendadas por Berlín, Frankfurt y Bruselas.

12)  La devaluación monetaria modifica los precios interiores frente a los exteriores, pero deja intacta la relación interna de precios (incluyendo los salarios) y, en consecuencia, la distribución de la renta. Es neutral. Esto es, empobrece a todos por igual o, mejor dicho, no empobrece a nadie, simplemente desmonta el espejismo de un enriquecimiento anterior ficticio.

13)  La llamada devaluación competitiva, al no modificar a la vez el precio de todos los productos y servicios (incluyendo los salarios), cambia la distribución de la renta, pudiendo llegar a enriquecer a unos y empobrecer a otros, y desde luego en distintas cuantías. Desde 2000, la remuneración de los trabajadores ha pasado de absorber el 50% de la renta nacional a hacerlo en un 45%, mientras que el excedente empresarial (beneficios y rentas de capital) seguía el camino inverso, del 45% al 50%.

14)  Es muy dudoso que la deflación competitiva pueda sustituir a la devaluación monetaria. Al margen de la iniquidad y de los enormes costes sociales que comporta, no hay ninguna garantía de que la contracción salarial se traduzca en disminución de precios y, en cualquier caso, no minorará el endeudamiento exterior tal como lo hace la depreciación de la moneda.

15)  Una unión monetaria únicamente puede funcionar si va acompañada de una integración presupuestaria y fiscal como la que mantiene cualquier Estado, o como la que se aplicó entre las dos Alemanias y de la que Europa carece totalmente. Alemania nunca lo consentirá, porque ello implicaría una enorme transferencia de recursos de los países ricos a los pobres, al igual que las que se producen entre las regiones de cualquier país. Basta ver que el presupuesto comunitario apenas alcanza el 1% del PIB conjunto de todos los países.

16)  Cuando Merkel o la oligarquía europea hablan de la unión fiscal emplean el concepto de manera torticera pues se refieren tan solo a un pacto para limitar el déficit público. Nada tiene que ver, por tanto, con la creación de una verdadera hacienda pública comunitaria.

17)  Dentro de la UM hay escasas esperanzas de superar la crisis económica, pero si en algún momento y por esos caprichos de la economía apareciesen los brotes verdes, para enjuiciar el euro no deberíamos olvidar en qué situación quedaríamos. Una democracia intervenida, el Estado social gravemente dañado y por encima de nuestras cabezas una espada de Damocles, puesto que en cualquier próxima perturbación, las medidas a tomar volverían a ser las mismas e irían contra los asalariados y contra los servicios públicos y los gastos de protección social.