De
manifestaciones, víctimas y obispos
Recuerdo ese eslógan publicitario de “Todos los días un plátano, por lo
menos”. Podría apropiárselo el Partido Popular, todos los sábados una
manifestación, como mínimo. Los viernes, de ayuno y vigilia, y los sábados, de
manifestación. ¡Qué trajín! Todas las semanas autocares que van y que vienen.
Van a terminar llamándole el partido itinerante. De todas formas, parece
positivo que la derecha convoque manifestaciones en lugar de perseguirlas o
considerarlas cosa de alborotadores, igual que a pesar de todo fue positivo ver
a los miembros del PSOE manifestarse contra la segunda guerra de Irak en lugar
de represaliar a los que nos manifestamos, tal como hicieron en la primera
contienda.
Ahora ya estamos
todos y es un placer ver en la calle a las señoras de los abrigos de pieles con
sus pancartas. Claro que el verdadero gustazo va a ser el próximo sábado si los
obispos deciden no esconderse detrás del Foro Español para la Familia y
encabezan la marcha con sus báculos y mitras. Aquí, lo único malo es que aún
tienen un no sé qué de vergonzante, de modo que el PP utiliza como ariete a las
víctimas del terrorismo, y los obispos a la muy católica cofradía del santo honor
de la familia.
Desde hace bastante
tiempo tengo por cierto, en contra de lo políticamente correcto, que se ha
desbocado el papel de víctima; y no es que no se merezcan toda nuestra
consideración, pero una cosa es la simpatía de la sociedad y la protección del
sector público -a las que tienen
derecho- y otra cosa que se les conceda un papel preeminente en el tablero político. Me atrevería a afirmar
incluso que precisamente por ser víctimas están incapacitadas, por una lógica
falta de objetividad, para juzgar y dictaminar con respecto al delito que está
en el origen de su desgracia. ¿En un proceso de violación no recusaríamos a un
juez cuya hija hubiera sido violada? Deberíamos preguntarnos si acaso no hemos
cometido el grave error de permitir que la legislación contra la violencia
doméstica se haya dictado en demasía al rebufo del lógico rencor de las
víctimas, hasta el punto de invertir la carga de la prueba y convertir a
cualquier hombre en sospechoso de ser un maltratador. Debemos cuestionarnos
ahora también si acaso no hay quien pretende que la política antiterrorista la
marquen las víctimas del terrorismo, con lo que estaríamos a un ápice de
traspasar el ámbito de la justicia para llegar al de la venganza.
Si no fuese
preocupante, sería grotesco el intento de algunos de convertir al actual PSOE
en cómplice de terrorismo, cuando si de algo se le puede acusar es de haberse
dejado arrastrar, en la lucha contra ETA, a posturas y medidas como la ley de
partidos políticos, dudosas desde el punto de vista democrático. Es difícil
encontrar alguna tacha al acuerdo del Congreso sobre un posible diálogo con
ETA, como no sea la de contar con muy pocas posibilidades de alcanzar el éxito.
Pero si finalmente se lograse con las condiciones marcadas, la sociedad española,
y no digamos la vasca, debería lanzar las campanas al vuelo. ¿O es que acaso
por algún oscuro motivo de rentabilidad política hay alguien que no quiere que
el terrorismo etarra termine? Pensar que por simples medidas policiales ETA
puede desaparecer, es un espejismo. Lo más que se puede conseguir es que
aquéllas debiliten de tal modo a la organización que estén
dispuestos, tras conversaciones en las que se les garantice la reinserción, a
entregar las armas. Es comprensible que una buena parte de las víctimas,
marcadas por su dolor y su resentimiento, se opongan a toda medida de gracia,
lo que no es disculpable es que haya políticos que por oportunismo se dejen
arrastrar y arrastren a los ciudadanos a esa postura en la que se niega
cualquier salida al conflicto, y que con el pretexto de apoyar a las actuales
víctimas se esté condenando a otros a ser víctimas mañana.
Y hablando de
grotesco, nada como la postura de los obispos españoles y del ex inquisidor
Ratzinger, hoy Benedicto XVI, insinuando que