Tercer vértice:
la Unión Monetaria
Tras
los artículos de las dos semanas pasadas habrá que abordar ahora el tercer
vértice. Más que de vértice se podría hablar del centro, porque el euro se
encuentra en el núcleo de nuestros problemas, hasta el punto de que obstaculiza
la salida para cualquier solución económica. Por una parte, el euro ha sido la
condición necesaria para que la economía española llegase al punto crítico en
el que hoy se encuentra. Sin pertenecer a la Unión Monetaria,
la banca española jamás hubiera podido alcanzar el elevado nivel de
endeudamiento que ha adquirido en el exterior, ni se hubiera podido generar la
burbuja inmobiliaria, ni jamás nuestro déficit por cuenta corriente habría
llegado a situarse en el 10 por ciento del PIB.
Pero,
por otra parte, la pertenencia a la Unión Monetaria está impidiendo la recuperación
de la crisis. Impide
que España devalúe y pueda por esa vía recobrar la competitividad perdida.
Mantener el mismo tipo de cambio que Alemania sitúa al comercio exterior
español en inferioridad de condiciones, no solo frente a un gran número de
países de la Unión
Europea, sino también frente a naciones extracomunitarias,
desde Estados Unidos hasta China, ya que la rígida política del BCE mantiene el
tipo de cambio del euro sobrevalorado. Al mismo tiempo, la carencia de una moneda
y un banco central propios nos condena a una enorme debilidad frente a los
mercados financieros y a las agencias de calificación, sin que las
instituciones comunitarias puedan o quieran asumir las funciones a las que
España y el resto de países han renunciado. El BCE no tiene las competencias de
un verdadero banco central y mantiene un comportamiento radicalmente distinto,
por ejemplo, del desarrolla el banco de la Reserva Federal de
Estados Unidos.
A
su vez, Alemania, con un dominio absoluto del Consejo, está demostrando una
actitud radicalmente cicatera imponiendo a todos los países una política
económica contraproducente que, lejos de reactivar sus economías, les empuja de
forma permanente al estancamiento y dificulta su financiación.
No
es creíble la supervivencia de una Unidad Monetaria en la que sus miembros
presentan diferenciales tan elevados en los tipos de interés como los que se
dan en la Eurozona. La
situación no puede ser más explosiva. Toda unión monetaria precisa de los mecanismos
compensatorios de los que precisamente Europa en estos momentos carece. El
mercado crea unos desequilibrios que deben ser compensados también en el ámbito
interterritorial. Una unión monetaria presupone la
unión fiscal, pero esta no puede quedar reducida, como algunos pretenden, a la
homogeneidad de las políticas fiscales o a la creación de un ministerio de
finanzas, sino a una verdadera unidad presupuestaria con integración de
impuestos y de gastos, es decir, una hacienda pública común, con financiación
también única y que propicie los necesarios flujos redistributivos.
Resulta
evidente que todo esto suena hoy a utópico en la Eurozona, pero precisamente
por ello resulta también utópico creer que la Unión Monetaria
puede mantenerse indefinidamente. Es ingenuo pensar que los desequilibrios que
se dan entre sus miembros pueden continuar incrementándose sin límite. Alemania
y algunos otros países de la Eurozona, como Holanda e incluso Francia, jamás
aceptarán que se produzca la transferencia de rentas intracomunitarias capaz de
compensar los beneficios que ellos están obteniendo del euro, pero que
significan grandes perjuicios para el resto, especialmente para los que se
denominan países periféricos: Grecia, Irlanda, Portugal, España e Italia.
Incluso si estos países estuvieran fuera del euro la perjudicada sería Francia.
Alemania
quiere mantener el euro, no en balde es la principal beneficiaria. La favorable
situación del país germánico no depende de que -como afirman algunos
bobalicones- haya hecho sus deberes, sino de los ingentes beneficios que
obtiene de la
Unión Monetaria. Si esta no existiese, su moneda se
apreciaría con la correspondiente pérdida de competitividad y deterioro de sus
exportaciones, origen de su actual bonanza económica. Pero Alemania, al mismo
tiempo, no está dispuesta a pagar el precio que le correspondería al constituir
una verdadera unión fiscal que complete y haga posible la unión monetaria.