El
mejor teatro del mundo, la política
Hay una
constante en el comportamiento del actual Gobierno. Da la impresión de que
actúa siempre de cara a la galería. Lo que importa es el anuncio, el slogan, la
proclama, aunque detrás sólo haya aire, flatus vocis. Por eso cuando se analiza con seriedad su discurso
–lo que, es verdad, no se suele hacer con demasiada frecuencia– transmite la
sensación de superficialidad, casi de frivolidad.
De
ligero habría que calificar el discurso del presidente del Gobierno acerca del
nuevo modelo productivo, y no porque no sea necesario el cambio de modelo
económico, sino porque parece creerse que tal tarea se puede hacer de la noche
a la mañana y por simple voluntarismo. Y es que detrás del anuncio no hay nada,
empezando porque tal vez no se sepa muy bien qué es eso de la economía
sostenible.
El
vértigo de vacío se incrementa cuando la vicepresidenta del Gobierno declara
solemnemente, ante una audiencia cualificada, que la Banca deberá aportar
10.000 millones de euros para fabricar el nuevo modelo. La falta de concreción,
de diseño, de desarrollo, indica bien a las claras que tras el anuncio sólo hay
humo o, lo que es peor, la intención de neutralizar el descontento creado en la
opinión pública por la operación de salvamento de las entidades financieras y
el rechazo popular a emplear 99.000 millones de euros de fondos públicos para
tapar los agujeros dejados por los bancos que obedecen, en el mejor de los
casos, a la incompetencia, en el peor, al tocomocho.
¿Qué se
pretende indicar cuando se afirma que las entidades financieras tendrán que
aportar 10.000 millones de euros? No parece probable que este Gobierno quiera
retornar a los antiguos coeficientes de inversión obligatoria. Hay que suponer
que, en este caso, las aportaciones van a ser totalmente voluntarias y, por lo
tanto, en unas condiciones tales que serán muy rentables para los bancos y no
tanto para el Estado. Un antecedente que ilustra lo anterior lo tenemos en los
actuales “créditos ICO” que, aparte de no funcionar adecuadamente, en los casos
en que se conceden, los riesgos los asume el Estado, y el sector bancario, las
ganancias. En toda simbiosis entre lo público y lo privado podemos apostar
quién es el pagano y quién sale ganando.
El
anuncio carece de contenido. No se sabe nada acerca de ese nuevo fondo para la
economía sostenible, quizás porque tampoco se sabe demasiado bien lo que se
quiere indicar con lo de “cambio de modelo”. Lo más probable es que se trate de
otra línea de crédito de las que viene instrumentando el ICO, y en la que, una
vez más, el riesgo lo asuma el Estado, y los bancos, las ganancias.
Es lo
que ocurre cuando uno quiere hacer política económica, pero previamente ha
renunciado a casi todos los instrumentos. Los sucesivos gobiernos de nuestro
país, lejos de avanzar en la nacionalización de las entidades financieras,
servicio público fundamental para la economía nacional, tal como está
demostrando la actual crisis, fueron privatizando progresivamente toda la banca
pública hasta dejarla reducida a esa sombra que hoy es el ICO, impotente para
cualquier operación de envergadura y que necesita forzosamente la colaboración
de las entidades privadas, que, como es normal, cobran caros sus servicios.
Pero
como las cosas no son como son sino como aparecen, cabe la posibilidad de que
el Ejecutivo logre trasmitir a la ciudadanía la imagen de un gobierno enérgico,
incluso justo, que cuando se ve obligado a dar dinero a las entidades
financieras, más tarde se lo exige para restablecer el equilibrio. El mejor
teatro del mundo, la política.